Termina un año más y con él, también un año más de la revolución ciudadana en el poder.
Me da mucho gusto algunos de los cambios que se han operado en este país. Uno fundamental: la preocupación por imponer las mejoras en la calidad de la educación superior. El discurso de muchos docentes universitarios demuestra que valoran las exigencias emanadas desde el poder de las entidades de control y mejoramiento de la calidad de la educación superior. Gracias a ese poder hay cambios positivos y se han podido señalar metas en la educación superior que se conseguirán solo con rigurosidad y disciplina académicas. Ojalá las alcancemos.
Otro cambio plausible es el empoderamiento de sus derechos en la mayoría de personas con discapacidades. Naturalmente que siempre existirán aquellos que intentan capitalizar su discapacidad y por eso se sienten con el poder para abusar; es que el poder es así, obnubila, atonta.
Estos son dos ejemplos pero que sí nos sirven para admitir que sin poder no hay posibilidad de hacer cambios para mejorar. Sin embargo, la cuestión es qué estamos dispuestos a hacer para consolidar ese poder a fin de lograr esos cambios positivos. Y claro, ahí caemos en el viejo dilema ético de “el fin no justifica los medios”. Me parece que actualmente en Ecuador desde las esferas del poder de las cinco funciones, ese problemita dejó de serlo porque se inventaron la respuesta mágica: “Ya la Historia nos juzgará”. Entonces, todo vale.
Como ya lo sabemos, el poder es una herramienta valiosa y peligrosa al mismo tiempo. Y es letal cuando la fuerza otorgada por la ley se hace a un lado para dar paso al poder nutrido por las vanidades individuales. Todo se embrolla. Todo emerge, maneja y resuelve desde una sola fuente: el dueño del poder.
A manera de ilustración un ejemplo: sabatina del 20 de diciembre. El presidente gastó tiempo y dinero de todos los ecuatorianos para explicarnos lo bien o mal que está la estructura política interna en Alianza PAIS, como si la ciudadanía en pleno integrara ese partido y tuviera interés en saber esa información; y por si fuera poco, invitó a la señora Doris Soliz para que nos diera más detalles acerca de las elecciones internas y nos contara que “hubieron” (textual), listas de compañeros que no sé qué. ¿Por qué hace eso? Porque no hay límites entre los asuntos políticos partidistas del gobierno y los intereses nacionales, que nos importan a todos los ecuatorianos. Como opina un amigo, “lo ha llevado todo a un total hacinamiento”.
En esa misma sabatina el presidente nos contó que… ¿el coro de la Sinfónica? (no estoy segura, porque estaba en un lugar público y la atmósfera propia del comercio no me permitió escuchar con claridad) interpretó villancicos y, haciendo una deferencia, lo invitó a cantar. Como era de esperarse, aceptó. Y luego comenta, palabras más o palabras menos: Miren lo que hace el poder. Antes me botaban de los coros, ahora me invitan a cantar... Penoso, innecesario y ofensivo comentario hasta para el propio presidente. Supongo que al director y a los integrantes del coro les habrá sabido a hiel. (O)