Cada vez y con mayor fuerza tengo la percepción de que en nombre de la “disciplina política” o del “proyecto político”, cualquiera que sea, su frontera con la irresponsabilidad democrática y el comportamiento esbirro termina por perderse.
Me explico mejor: de cara a cuestionamientos acerca de las decisiones políticas que repercuten, naturalmente, en la vida ciudadana, la respuesta de la mayoría de los militantes del partido de gobierno actual, y que además –generalmente– son los mismos personajes quienes acuden a las entrevistas públicas, palabras más palabras menos, lleva implícito el mismo mensaje: “Todo vale por el proyecto político” o “yo me debo a una disciplina política del partido, porque estamos alineados en un mismo proyecto político. Somos un equipo disciplinado”. Y listo. No más preguntas, porque frente a esa clase de respuesta –supongo que piensan esos militantes– qué más se puede añadir.
Mucho. Se puede añadir mucho más. Porque cuando millones de ciudadanos ecuatorianos escuchamos esas respuestas, pensamos, por ejemplo, que en no pocas circunstancias la disciplina política o el proyecto político, tal y como lo practican y proyectan, resulta ser más o menos como José Ingenieros –escritor y científico argentino– califica a la burocracia: “Es como una podadera que suprime en los individuos todo brote de dignidad. Uniforma, enmudece, paraliza… Su lengua pierde su aptitud de articular la verdad. Aprende a besar la mano de todos los amos, y en su afán de domesticarse, él mismo los multiplica”. (Las fuerzas morales).
Me temo que la fuerza de la percepción descrita sea tan fuerte en muchos ciudadanos más, que hasta llegue a convertirse en prejuicio acerca de ese partido político, lo cual no es bueno. Por el contrario, es tan nocivo que la ciudadanía no perciba la práctica política del grupo dominante actual como un verdadero equipo de trabajo, que cuando ocurren situaciones como la anécdota del gobernador del Guayas, quien se autoimpuso una multa por negligente, estas, lejos de producirnos respeto y admiración, lo que nos genera es una sonora carcajada. ¿Por qué? Porque hay otras lecturas. Ese comportamiento también fue interpretado desde otra arista –estoy segura de que diferente a la intención del gobernador– y que se resume en el comentario de un ciudadano en un local público, quien escuchando el telenoticiero y luego de que proyectaron al funcionario comunicando su decisión, expresó: “Es que si él mismo no se sanciona, ¿quién más lo hará? Así son ellos, puro cuento”. (Cuento. RAE: Segunda acepción: Relación, de palabra o por escrito, de un suceso falso o de pura invención. Quinta acepción: embuste, engaño).
Y ya que he tomado como ejemplo la anécdota del gobernador y sin querer caer en prejuicios, ya lo dije, siempre odiosos, no puedo soslayar la pregunta: Si un funcionario de menor rango hubiera sido el responsable de la negligencia, ¿tendría la misma sanción? No he investigado lo que la ley estipula. Pero seguramente el señor Panchana sí.
Como vemos, siempre hay mucho más que añadir de cara a las respuestas de la burocracia.