Por razones de trabajo en el marco de la academia, he tenido la oportunidad de escuchar algunas exposiciones de profesionales jóvenes, con información y conocimiento actualizados, todos con títulos de maestrías (la mayoría realizada en el exterior), y muchos con títulos de Ph.D., sin embargo, sus habilidades comunicacionales son débiles.
¿Por qué un o una joven profesional –con una trayectoria de estudios como la que demanda la obtención de un título de 4º nivel– no logra transferir, exponer o explicar lo que sabe con claridad y concisión? En el intento de encontrar una causa para esta grave falencia, volvemos nuestra mirada al inicio del proceso académico –e insoslayablemente–, encontramos que la manera de relacionar los saberes científicos y profesionales –en general– con el manejo del lenguaje, tanto escrito como oral, es también débil, desarticulada, fraccionada.
El aprendizaje del lenguaje, como sabemos, se inicia con la imitación; por eso, antes de ingresar a la escuela ya expresamos con palabras la realidad que nos circunda, pedimos, contamos, reclamamos (ya no solo lloramos, sino que verbalizamos nuestra inconformidad). Más tarde, al iniciar la escolaridad aprendemos que el lenguaje se estructura y norma. Y ahí empieza la bolita de nieve: erróneamente se considera que una vez que identificamos las letras del alfabeto formamos sílabas, palabras (nos acosan con reglas ortográficas), y que interpretamos fonéticamente las palabras escritas significa que ya sabemos leer y escribir. Y luego, como todas las asignaturas –sin excepción– requieren del lenguaje para transferirse, se considera que el proceso de aprendizaje del lenguaje continúa. Pero… no hay tal. Apropiarnos del lenguaje es un proceso que no termina y que no es casual. Es sistemático e intencionado. Mientras tengamos vida estaremos en la lucha por dominarlo y, claro, no lo conseguiremos. Como dice el pensador Savater, “la muerte siempre nos sorprende inconclusos”.
Considero que uno de los mayores obstáculos por los que muchos de nuestros jóvenes profesionales de 4º nivel todavía están muy lejos de controlar al lenguaje es porque, por una parte, aún no conciencian de que el manejo lingüístico no se soluciona con talleres de redacción ocasionales, tampoco con cursos “remediales” de ortografía, peor solicitando “una lista de las palabras más importantes para hablar y escribir con propiedad”, (una colega muy irónica, frente esa solicitud, respondió: el diccionario, esa es la mejor y más completa “lista de palabras”); y por otra, no reconocen a la lectura como la vía idónea para escribir bien, para estructurar sus pensamientos, para “tener una lista de palabras”, es decir, enriquecer su léxico y en consecuencia su mirada, interpretación y expresión –oral o escrita– de la realidad. Suena sencillo, pero no lo es cuando no se lo practica con asiduidad.
En definitiva, el dominio del lenguaje deja de ser una utopía para trocarse en un reto personal y permanente. Por eso, me complace mucho saber que organizaciones privadas realizan esfuerzos por fomentar la lectura, enfatizándola como una de las herramientas para pensar, sentir, hablar y escribir mejor. Próximamente, por primera vez –de lo que sé– habrá el Concurso Interbarrial de Lectura, donde el objetivo es que amigos del barrio lean. Apoyemos esta iniciativa participando y modelando para los más jóvenes.