En estos días con más fuerza y frecuencia que antes he leído y escuchado declaraciones de funcionarios del Gobierno aseverando hasta el cansancio: El proyecto debe continuar. Sin pizca de bochorno añaden: “… La reelección es perjudicial para el país, pero es para evitar un mal mayor”. Sin rubor alguno se erigen a sí mismos en las pitonisas de nuestros nefastos destinos, en los conocedores y catadores de los males mayores, justificando lo que sea y pasando por sobre lo que haya que pasar para que su proyecto pueda continuar.

Ya desde la Antigua Grecia los hombres más reflexivos sentenciaron que cualquier argumento aceptando que el fin justifica los medios era el más claro ejemplo de una moralina. Y hemos debido llegar al siglo XXI para que la revolución ciudadana, revolucionando también los fundamentos éticos, nos diga que los filósofos estaban errados, que el fin sí justifica los medios, siempre que sea “para evitar un mal mayor” y –por supuesto– que sean ellos sus gestores y ejecutores. Es como si su proyecto se hubiera tomado sus conciencias y ahora corran tras las nuestras.

Por eso, alegando a favor del dislate de que el fin justifica los medios nos preguntan con voz de oráculo y mirada descompuesta: ¿Quieren volver al país de la partidocracia corrupta? ¿Quieren regresar a los días de las componendas del Congreso con esos diputados corruptos hurgando solo por sus intereses? Y van enumerando todos y cada uno de los errores y horrores cometidos en el pasado. Asustándonos, amenazándonos, declarándonos vulnerables y pusilánimes, incapaces de reflexionar ni de reaccionar. Su discurso persuasivo y angustiador nos lleva a evocar esos aciagos días. Sus palabras nos aturden, nos intimidan… Sí. Esa era la tónica de aquellos días, sin embargo... ¿por qué aun reconociendo que así era, este discurso virulento a muchos de nosotros lejos de convencernos nos repugna? Y luego pienso, ¿cuál es la tónica de los actuales días?

En reemplazo del Congreso y diputados están la Asamblea y asambleístas quienes en nombre de una “disciplina partidista” hablan igual, insultan igual, justifican, vetan y votan siempre en masa. No hay análisis, no hay debate. El oráculo dice lo que el proyecto demanda y todo lo demás es lo de menos.

Claro que no queremos volver al pasado, pero tampoco queremos el paternalismo atropellador del presente. ¿Por qué esa arrogancia de pensar e intentar seducirnos con que sin ellos en el poder, la ciudadanía ecuatoriana va a tolerar las aberraciones del pasado? ¿Con qué derecho quieren convencernos de que si ellos lo hacen, entonces sí el fin justifica los medios? ¿Quién les ha dado la patente de corso para poner, sacar, cambiar y manosear a la Constitución cada vez que vean que los cálculos políticos no resultaron? ¿Solo porque ganaron las elecciones? En democracia ganar es tan solo el requisito de arranque. El verdadero mérito está en gobernar democráticamente respetando la Constitución siempre, sin condicionamientos.

Con certeza somos millones los ciudadanos a quienes el recuerdo de los años anteriores a la revolución ciudadana nos hastía tanto como estos años pletóricos de profetas y mesías sabios.