EE. UU.

Fue en 1931 que el historiador James Truslow Adams acuñó la frase “el sueño americano”.

El sueño americano no solo es un anhelo de riqueza, dijo Adams, sino también de la oportunidad de superar barreras y clases sociales, para convertirse en lo mejor que podamos ser. Adams reconoció que Estados Unidos no estaba plenamente a la altura de ese ideal, pero argumentó que Estados Unidos se acercaba más que cualquier otro lugar.

Adams estaba en lo cierto en ese momento, y lo estuvo durante varias décadas. Cuando mi padre, refugiado de Europa Oriental, llegó a Francia después de la II Guerra Mundial, estaba determinado a seguir hasta Estados Unidos porque estaba menos confinado por la clase, era más meritocrático y ofrecía mayor oportunidad.

Sin embargo, el sueño americano hoy día se ha descarrilado, en parte debido a la creciente desigualdad. O quizá el sueño americano sencillamente ha cambiado de ciudadanía y por ahora es más probable encontrarlo en Canadá o Europa; además, uno de los temas centrales de las campañas políticas de este año debería ser cómo repatriarlo.

Se notaba en un informe del mes pasado en el New York Times, escrito por David Leonhardt y Kevin Quealy, que la clase media de Estados Unidos ya no era la más rica del mundo, con Canadá al parecer subiendo en la media después de considerar impuestos. Otros países en Europa están posicionados para superarnos también.

De hecho, la discrepancia es discutiblemente incluso mayor. Los canadienses reciben esencialmente atención de salud sin costo, en tanto los estadounidenses pagan por una parte de sus costos de atención de salud con dólares después de considerar impuestos. En el ínterin, el trabajador estadounidense trabaja arduamente, en promedio, 4,6 por ciento más horas que el trabajador canadiense, 21% más horas que el trabajador francés y un asombroso 28% más horas que un trabajador alemán, con base en datos de la Organización de Cooperación Económica y Desarrollo.

Los canadienses y los europeos también viven más tiempo, en promedio, que los estadounidenses. Sus hijos tienen menores probabilidades de morir que los nuestros. Las mujeres estadounidenses tienen el doble de probabilidades de morir a consecuencia del embarazo o el alumbramiento que las mujeres canadienses. Y si bien nuestras universidades siguen siendo las mejores del mundo, niños en otros países industrializados tienen en promedio una mejor educación que la nuestra. Lo más impactante de todo: Un reciente informe de la OCED arrojó que para personas de 16 a 24 años de edad, los estadounidenses calificaron en último lugar entre países ricos en el dominio de las habilidades numérica y tecnológica.

La movilidad económica es una medida engañosa, pero varios estudios muestran que un menor nacido en el 20% inferior económicamente tiene menores probabilidades de ascender a la cima en Estados Unidos que en Europa. Un niño danés tiene el doble de probabilidades de ascender que un niño estadounidense.

Cuando nuestro futuro se determina en medida considerable al momento de nuestro nacimiento, hemos regresado al feudalismo del que nuestros ancestros huyeron.

“Igualdad de oportunidades –el ‘sueño americano’– siempre ha sido un valorado ideal estadounidense”, destacó Joseph Stiglitz, economista ganador del Nobel, de la Universidad de Columbia, en un discurso reciente. “Sin embargo, hay datos que ahora muestran que esto es un mito: Estados Unidos se ha convertido en el país avanzado no solo con el mayor nivel de desigualdad, sino en uno de los que menos igualdad de oportunidades tiene”.

Consideremos que la economía estadounidense, en general, ha crecido más rápidamente que la de Francia. Sin embargo, tanto del crecimiento ha parado con el 1% superior que al 99 por ciento del fondo de la población francesa le ha ido mejor que al 99 por ciento inferior de los estadounidenses.

Tres puntos de datos:

-El 1% superior en Estados Unidos actualmente posee activos que valen más que los que tiene la totalidad del 90% inferior.

-Los seis herederos de Wal-Mart valen lo mismo que el 41% inferior de los hogares estadounidenses en conjunto.

-Los seis principales administradores de fondos de cobertura y corredores promediaron más de 2.000 millones de dólares cada uno en ingresos el año pasado, en parte debido a la indignante exención fiscal del “interés llevado”.

El presidente Barack Obama no ha sido capaz de obtener financiamiento para educación universal de preescolar; el presupuesto federal que se propuso para este año de preescolar para todos, tan importante para el futuro de nuestro país, sería un poco más que un solo mes de ingresos para esos seis magnates.

La desigualdad se ha convertido en un tema candente, impulsando a Bill de Blasio a volverse alcalde de la ciudad de Nueva York, convirtiendo en una estrella a la senadora Elizabeth Warren, así como elevando al economista Thomas Piketty a un estatus tal de semidiós, que mi hija adolescente me pidió el otro día su tomo de 696 páginas. Toda esta conciencia creciente es una señal esperanzadora, ya que existen pasos estratégicos que podríamos dar y que crearían oportunidad y echarían por tierra la desigualdad.

Podríamos dejar de subsidiar aviones privados y bancos demasiado grandes para fracasar, así como redirigir esos fondos a programas de educación temprana que contribuyen a romper el ciclo de pobreza. Podemos invertir menos en prisiones y más en escuelas.

Podemos imponer un impuesto a transacciones financieras y usar los ingresos para ampliar programas de empleos como el crédito ganado del impuesto sobre la renta y academias de carreras. Además, como ha resumido Alan S. Blinder de la Universidad de Princeton, podemos darles créditos fiscales a empresas por la creación de nuevos empleos.

Es hora de traer al sueño americano del exilio a casa.

El sueño americano hoy día se ha descarrilado, en parte debido a la creciente desigualdad. O quizá sencillamente ha cambiado de ciudadanía y por ahora es más probable encontrarlo en Canadá o Europa.

© The New York Times 2014.