En Ecuador por mucho tiempo ha prevalecido el paradigma de que la mejor educación superior es aquella que privilegia los aprendizajes técnicos y científicos, haciendo a un lado –casi peyorativamente–, toda asignatura que se relacione con lo social, lo humano. Entonces, muchos universitarios obtienen un título profesional técnico pero carecen de una cosmovisión histórica, literaria, filosófica, antropológica, es decir, han sido privados de los conocimientos vitales para el desarrollo integral de la humanidad.

Afortunadamente el escenario ha cambiado. Ahora cada docente universitario de cualquier asignatura, incluidas las técnicas, científicas y exactas, debe dar cuenta de cuánto aporta con sus enseñanzas al desarrollo humanístico de sus estudiantes, y ya no solo al técnico-científico. Exigencia absolutamente plausible.

En la vida de una nación esta clase de decisiones trasciende mucho más de lo que parece. Para nadie es novedad que el tipo de sistema educativo imperante define sociedades. Si el sistema ubica en el primer lugar de la jerarquía de formación de los universitarios a la excelencia cognitiva técnica-científica, y en el segundo o tercer lugar a la reflexión axiológica de esa excelencia técnica-científica, entonces, estará configurando una sociedad con altos estándares racionales y muy bajos estándares razonables. Lo deseable es que la excelencia formativa vaya en paralelo. Situar los aprendizajes científicos por sobre los humanísticos es depredador. Considerar que lo humanístico es pérdida de tiempo porque “la filosofía tanto como las ciencias lingüísticas y sociales, en la práctica, no sirven para nada”, es un yerro con serias consecuencias. ¿Cuáles? 1) Es muy grave que a partir de esa pedantería pedagógica, muchos técnicos-científicos estén convencidos de que las ciencias exactas son asignaturas no humanísticas. Si esas asignaturas no son humanísticas, ¿qué son?, ¿es que acaso las matemáticas desbordan la categoría humana?, ¿son sobrehumanas? 2) Preocupa la generalizada idea de que estudiar Lenguaje se limita a aprender la codificación y decodificación de los signos lingüísticos y su normativa. Conviene recordar que los seres humanos somos seres lingüísticos-simbólicos, por lo tanto, estudiar Lenguaje desde perspectivas semánticas-simbólicas, sincrónica y diacrónicamente es explorar el más íntimo proceso de la condición humana. ¿No es ese un aprendizaje vital dada nuestra condición humana? 3) Desilusiona percibir que muchos técnicos-científicos en sus estudios superiores no hayan sido expuestos, por ejemplo, al conocimiento y análisis de los factores que inciden en el esplendor y en la caída de los imperios a lo largo de la historia; o a que –de la especialidad que fuere–, no pueda identificar con claridad meridiana un discurso demagógico de otro que no lo es; o que sin mayores dificultades diferencie los conceptos de las definiciones y el porqué es importante saberlo; desalienta que ciertos universitarios no fueran preparados para valorar la necesidad de discriminar y decidir antes de disidir. Todos estos temas entran al aula de clase gracias a la conciencia humanística del docente. Y son –literalmente– interminables, porque los escenarios y cuestionamientos humanos surgirán hasta que “...las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían (tengan) una segunda oportunidad sobre la tierra”.

La educación superior debe ser técnica-científica-humanística.