Cuando escribo este aporte faltan dos días para las elecciones. Y me alegro de que así sea para terminar ya con espectáculos bochornosos y antidemocráticos cuyos protagonistas son, ni más ni menos: algunos gobernantes y muchos candidatos. Esta campaña nuevamente me recordó el estudio que Fernando Savater, filósofo español, hace respecto de la raza humana y que, entre otros aspectos, sostiene que nosotros no podemos considerarnos humanos solo por el hecho de nacer con esas características –como sí ocurre con todas las otras especies–, sino que necesitamos corroborar la condición humana a lo largo de toda nuestra existencia, en cada uno de nuestros actos.
Me parece que ese principio también puede aplicarse a los países con estados democráticos, pues un gobierno no puede catalogarse como democrático por solo haber ganado las elecciones. Ganarlas de manera transparente es parte del proceso democrático, pero resulta ser un hecho todavía insuficiente para que, sin ninguna otra consideración, haga lo que haga, sea llamado democrático. Hitler llegó al poder por elecciones populares, libres, sin embargo, todos sabemos en lo que devino. Es decir, cuando un gobernante elegido democráticamente y por una importante mayoría alimenta su poder concentrando todos los otros poderes en su persona y no en la Constitución –que además suelen hacerla como si fuera un traje elegante, a la medida–, socava las instituciones democráticas, además acosa, acorrala y asfixia a la libertad y a los medios de comunicación, y amenaza, chantajea e intimida a la oposición y haciendo uso de los medios públicos, entonces, es claro que no es democrático. Puede llamarse de cualquier manera, pero jamás democrático.
Las impúdicas actuaciones de no pocos gobernantes de la actualidad ridiculizan sus propios discursos cuando, por ejemplo, invocan a la equidad y a la ética, pero no dudan en meter la mano a favor de sus candidatos, de la gallada, usando los recursos públicos, esos que nos pertenecen a todos. Vociferan insultos contra quien discrepa, pero izan la bandera de la “patria grande y unida”, como si solo sus partidarios hicieran la Patria unida. Reclaman respeto a la dignidad, al buen nombre, a la reputación, pero en todas y cada una de las oportunidades, sin dejar pasar una, denuestan, humillan, ultrajan la dignidad, el buen nombre y la reputación del opositor que sea. También lo hacen con el partidario de su tienda política cuando no les rinde, entonces lo tildan de pusilánime, sin personalidad, lo ridiculizan, lo vejan. Le roban la dignidad del otro. Afirmar que carecen del sentido de respeto a la condición de persona no se ajusta a la verdad, de lo que carecen es de la conciencia de su propia dignidad de persona. El envanecimiento les está jugando en contra.
Confío en que, pese a las ofertas demagógicas, al circo ofrecido, a la pachanga regalada, a las cartas desesperadas e imploradoras, a los discursos desbordantes de nada, la ciudadanía opte pensando en la democracia, que no significa solamente ganar las elecciones. Hay que corroborarse con el accionar democrático en todos los ámbitos y sistemáticamente. Así nace la Patria grande, unida.