Por los medios me enteré de que el presidente considera que su mayor logro en estos siete años de gobierno es la revolución de la educación. Que se han hecho importantes inversiones en la construcción de escuelas y además, debidamente equipadas, es decir que hay muchos edificios con una supertecnología. Naturalmente que él y nosotros sabemos que esas obras están muy bien, justas y necesarias, pero también sabemos que eso no es “una revolución en la educación”, en realidad tan solo se han mejorado los medios y no es correcto anunciarlos como los “grandes logros de la educación”. La ciudadanía podría creerlo.

Si hay un proceso de muy largo aliento y que requiere al menos entre diez y quince años para saber si los cimientos cognitivos, procedimentales y actitudinales para un cambio positivo dieron los resultados esperados, ese es el de la educación. ¿Por qué? Porque el objetivo de la educación es configurar sujetos. Por eso es tan complicado, por eso toma tanto tiempo. Lo otro, construir inmuebles y equiparlos, no es problema, solo resta tener el dinero y punto.

Leí que el proyecto social del Gobierno aspira a una educación pública, de acceso gratuito, masivo y de excelente calidad. Ojalá así sea. Con certeza las dos primeras categorías, gratuito y masivo, son susceptibles de saber si se están cumpliendo y en qué medida. La tercera, “excelente calidad”, otra vez, habrá que esperar a que las generaciones de niños y jóvenes que se están formando con estas propuestas educativas terminen su proceso, solo entonces sabremos si la educación fue “de excelente calidad”. Afirmarlo tan prematuramente deja el soso sabor a propaganda de campaña política y nada más.

Anhelo que todos los esfuerzos humanos y económicos mencionados en el proyecto de la revolución de la educación den los frutos esperados. Los necesitamos con urgencia. Los indicadores para evaluar cuán excelente ha sido la educación impartida, más que las pruebas PISA o cualquier otro instrumento de evaluación académico, se evidenciarán en el comportamiento social y democrático de una mayoría ciudadana, por ejemplo, en época de elecciones como las que estamos viviendo: si los candidatos y candidatas a cualquier función pública, tales como animadores de espectáculos de los medios, futbolistas, cantantes, reinas de belleza, lectores del teleprompter, etcétera, ofrecen como única experticia los oficios mencionados y nada más, y por eso pierden las elecciones (como sucedió con Julian Assange, quien se postuló para una curul en el Senado de Australia), entonces sentiremos que la excelencia en la educación es una realidad porque las habilidades intelectuales para la percepción de la realidad, análisis, comparación, argumentación y deducción de la ciudadanía que elige quedarían altamente demostradas. En consecuencia, los partidos políticos se esmerarían por presentar en sus listas a candidatos con perfiles diferentes, candidatos quienes, por lo menos, se presenten con su nombre ¡y no con su alias! Primaría el respeto a los electores.

El gran logro será cuando la educación impartida configure personas intelectualmente autónomas, con un claro sentido de justicia, sobriedad y ponderación, capaces de identificar con claridad meridiana una sociedad democrática de una sociedad donde impera la tiranía de la mayoría.