“La familia es el fundamento de la sociedad”, ha dicho el presidente Correa. Lo ha dicho en medio del debate sobre el matrimonio gay. En otro momento ha afirmado también: “Yo no me voy a avergonzar por ser heterosexual, por creer en la familia, por ser católico”. La afirmación resulta curiosa. Como colectivo, la comunidad gay no ha pretendido imponerle sus preferencias a nadie: lo que ha exigido es que se respeten las suyas. Nada más. Es a ellos a quienes se les han impuesto históricamente preferencias ajenas. Son ellos los que han sufrido palizas y encierros desde la izquierda y la derecha. Pensemos en Franco, en Castro. Recordemos que en Cuba se llegó a crear un departamento dentro del Ministerio del Interior, el de Lacras Sociales, en el que se procesaba a homosexuales. Solicitar la legalización del matrimonio gay, lejos de ser una imposición, pretende extender una práctica que se encuentra injustamente vetada a un segmento de la población.

Pero para muchos el problema va más allá del matrimonio gay. El problema de fondo sería la amenaza de destrucción de la familia. El nexo entre matrimonio heterosexual y familia parecería ser una de esas verdades obvias e incuestionables que no dejan espacio para dudas. La familia debe estar constituida por los padres biológicos y los hijos. Cualquier desviación de ese modelo está marcada por la sospecha, por la sensación de fracaso. En este sentido, el debate sobre los valores de la familia queda con frecuencia reducido a la “estructura” o “forma” de la familia. Lo importante sería supervisar que sus integrantes estén completos y sean los adecuados. Valores como el compromiso, la responsabilidad, la capacidad de la familia para afrontar desafíos, han pasado a un segundo plano. Parecería pensarse que un modelo “tradicional” de familia es el único ambiente posible para que esos valores puedan darse.

Kathleen Gerson ha investigado la manera en que pensar la familia únicamente desde el modelo “tradicional” no solo empobrece el análisis, sino que facilita la discriminación contra todas aquellas familias que no cumplen el modelo aceptado (padres solteros, niños que viven con abuelos, etcétera). Sobre estos normalmente cae el manto de la suspicacia y la falta: se los etiqueta como modelos “disfuncionales”, “incompletos”, “fracturados”. De igual manera, pensar la familia de esta manera facilita la creación de políticas públicas discriminatorias. Natalia Sarkisian y Naomi Gerstel han estudiado cómo en Estados Unidos, por ejemplo, el Medicaid (programa de salud pública para la población de bajos recursos) está centrado fundamentalmente en una noción “tradicional” de familia.

Ahora bien: si consideramos, aunque sea por un momento, qué valores como el compromiso o la responsabilidad hacia el otro son factores determinantes para el éxito de una familia, entonces un matrimonio gay no tiene por qué estar descalificado para formar una. Por lo demás, la evidencia de excelentes experiencias en familias de padres gays es contundente en los países en que se contempla esa posibilidad. Pero se puede ir más allá también: el mismo matrimonio no es un requisito indispensable para el éxito de la familia. Sobran los ejemplos positivos de niños criados por abuelos, tíos o padres solteros. Si sus miembros están comprometidos con el proyecto familiar, la estructura “tradicional” de familia no tiene por qué seguir siendo el único patrón de funcionalidad. Una familia “tradicional” puede ser sin duda exitosa, pero también lo puede pasar muy mal si pretende mantenerse unida a pesar de que las relaciones entre sus miembros no funcionan.

El punto, desde luego, no es negar la posibilidad de que un matrimonio heterosexual pueda constituir una familia funcional. El punto sería más bien flexibilizar y abrir el concepto de familia a otras posibilidades que normalmente se rechazan sin discusión. La noción de familia debería ser siempre dinámica, estar siempre en desarrollo, no considerarse una forma congelada, fija e impermeable. Tal vez deberíamos hablar más de “familias” y no de “familia”. En este comienzo de año, tan cargado de mensajes familiares, sería bueno recordar lo verdaderamente importante de tener una.