Fin de año es momento de hacer balances, evaluar lo realizado como sociedad y avizorar lo que nos depara el 2014. En espacio corto no podemos ser sino telegráficos y es indudable que la elección de eventos y tendencias viene dada por mi particular visión, enfoque y elección de lo que considero deseable como sociedad. No es en ese sentido una lectura neutral.

En lo económico, 2013 fue año de expansión económica impulsada por el buen comportamiento de los precios en el mercado internacional, tanto para el petróleo como para las exportaciones no petroleras. Esto, vía impuestos, pero también por el efecto multiplicador de la actividad privada, repercutió en inversiones públicas significativas, como las energéticas y las aeroportuarias, lo que a su vez impulsó aún más la expansión económica. Sin embargo, esas bazas del crecimiento económico parecen debilitarse paulatinamente, como resultado de menores precios petroleros y problemas de acceso a nuestros mercados tradicionales. El incremento de los costos internos y una regulación económica más estricta producen un menor volumen exportable, que refleja bajos niveles de inversión. El resultado más evidente de dichos procesos son problemas de balanza comercial y fiscales, que repercuten en una creciente dependencia en arreglos financieros con la República Popular de China, que tiene hoy un fuerte control sobre nuestro destino económico.

En lo político, las elecciones de asambleístas de inicios de año acumularon un poder nunca antes visto en el periodo democrático reciente. El Gobierno tiene hoy poder indiscutible en todas las funciones del Estado y sobre esa base y por medio de nuevas leyes como la de Comunicación, de las ONG y el COIP, ha terminado restringiendo derechos fundamentales de la Constitución, como las de expresión, prensa y organización social. La posibilidad de disidencia y de voces distintas parece sucumbir ante un poder disciplinario y homogeneizador. Por otro lado, en la oposición política no parece consagrarse una propuesta alternativa, las expresiones políticas nuevas, que existen, no terminan de diferenciarse. El desbalanceado sistema electoral castiga y tampoco permite la emergencia de una nueva propuesta política.

La conflictividad social se organiza fundamentalmente en torno a lo ambiental y los derechos de los pueblos no contactados en las zonas de expansión de la frontera extractivista. La decisión de explotar el Yasuní alineó en buena parte a nuestra sociedad en torno a este nuevo conflicto del siglo XXI, en que es visible la participación creciente de jóvenes y de comunidades alternativas. A ello se añadieron los provocados por el llamado a nueva ronda petrolera y los intentos de impulsar la agenda minera. Los problemas de nuestra sociedad abandonan poco a poco el ámbito socioeconómico para centrarse en lo ambiental, que crecientemente se constituyen en torno a visiones diferentes de lo que se aspira como sociedad. Un conflicto adicional, por ahora más acotado, es el que enfrenta a grupos de periodistas y de organizaciones no gubernamentales en torno a derechos constitucionales. Estos caminan por las vías que permiten el marco legal.

El 2014 no implicará cambios importantes en estas tendencias generales, pero el papel motor del gasto público se verá debilitado y en general habrá un mayor nivel de contracción económica. En lo político, seguramente las elecciones seccionales marcarán algo más de desilusión con el proyecto gubernamental en las grandes ciudades, pero el Gobierno se afianzará en el interior del país. Los conflictos podrán agudizarse en la medida que el Gobierno empuje más sus acciones extractivistas y disciplinarias.

Feliz año 2014.