La Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999 declaró el 25 de noviembre como Día Internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Lo hizo con el objetivo de que gobiernos, ONG, organizaciones internacionales y ciudadanía en general tomen conciencia del grave problema y desarrollen actividades dirigidas a sensibilizar y concienciar al mundo respecto de esta vergüenza para la raza humana.

Según la información presentada en www.avaaz.org/es, en Sudáfrica, una niña tiene más probabilidades de ser violada que de aprender a leer; determina que la cuarta parte de las niñas son violadas antes de cumplir los 16 años; que el 62% de los adolescentes mayores de 11 años no considera una violación forzar a alguien para tener sexo y estos jóvenes piensan que no está mal porque hacerlo forma parte de sus “derechos masculinos”.

El documento también afirma que las causas para tan sórdido escenario son muchas: pobreza, corrupción, desempleo y, en mi opinión lo más grave, la aceptación por parte de la sociedad. Por supuesto que lo descrito acerca de Sudáfrica no tiene calificativo. Sin embargo –pensé–, en nuestra sociedad ocurre otra clase de situaciones violentas que con el rótulo de “no hagas caso que así son los hombres” se las admiten y hasta festejan.

En Guayaquil, pero estoy segura de que también en otras ciudades del país y del mundo, es posible observar a hombres –de cualquier edad, inclusive adultos mayores–, quienes violentando el espacio personal se acercan a la oreja de una mujer –joven o no– para decirle lo que su primario cerebro dominado por el machismo le dicte. La mujer, siguiendo el estereotipo social establecido, generalmente reacciona avergonzada y finge que nada pasó, mientras él –orgulloso de su proeza– la desnuda con la mirada y sonríe. Si además está acompañado con amigos, entonces, la horda celebra la hazaña.

Vale la pena reflexionar este hecho cultural. Analizar cuánta conciencia de los derechos de persona tenemos como sociedad y cuánta tienen esa joven y mujer adulta que son víctimas del acoso callejero. Como ciudadanía preguntarnos de dónde le surge al victimario ese comportamiento lúbrico. ¿Por qué esa falta grave queda impune? La respuesta salta: el montaraz sabe que no tendrá ninguna sanción porque las personas quienes presencian su salvajada tampoco sienten que sea una falta grave y por eso nadie reacciona. Hombres con madres, probablemente con esposas, hijas, hermanas, amigas, no se sienten involucrados; y las mujeres que lo presencian no se sienten afectadas. ¿Por qué la mayoría de hombres cree que silbar a una mujer es una manera de halagarla? ¿Por qué si una joven o mujer atractiva va por la calle, para muchos hombres, lo que corresponde hacer es mirarla lascivamente, decirle obscenidades o incluso llegar a tocarla?

Toronto. Enero del 2011, en una conferencia sobre seguridad civil dictada en una escuela, un policía dijo que para asegurar que las mujeres no sean víctimas de violencia de género, deberían vestirse con recato… El lenguaje nos delata.

Siglo XXI. Con preocupación y enfado siento que –exactamente como en Sudáfrica–, los “derechos masculinos” siguen vigentes. ¿Y la ciudadanía?… Bien, gracias.