Filósofo argentino pero su especialidad y pasión es estudio y análisis de la relación entre los nuevos medios y el aprendizaje.
La Universidad Casa Grande lo ha invitado para un conversatorio. Llega a nuestra cita un poco apurado. Ha tenido un día muy agitado: arribó a Guayaquil a las 04:00, a primeras horas de la mañana una presentación por el aniversario del programa Aprendamos; reuniones, charlas y a las 18:00 ingresa a la sala. Logramos un corto encuentro.
Está cansado, sin embargo es un gran conversador. Parte el diálogo a propósito de su frase acerca de cómo debe ser un docente; dijo que “el docente debe ser un Tinelli con contenidos”. Quienes conocemos a Marcelo Tinelli sabemos que es el showman más popular y exitoso de la Argentina, y también sabemos que se vale de lo que sea para que su rating rompa estadísticas. Piscitelli direcciona su frase y aclara que el docente debe ser en primer lugar gran comunicador –como Tinelli–, y que los medios para la transferencia de sus conocimientos deben ser también interesantes para la audiencia, debe atraparlos. Pregunta, ¿por qué en el aula de clase tanto el docente como los alumnos deben aburrirse? Un profesor debe romper rating de sintonía entre sus estudiantes, su poder de comunicación es también un poder de persuasión muy fuerte. La clave está en el arte de combinar la inteligencia con la masividad, de ahí mi expresión “Tinelli con contenidos”. Concluye recordando la frase de McLuhan, “el medio es el mensaje y el mensaje es el medio”.
Piscitelli es profesor titular del taller de procesamiento de datos, telemática e informática en la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. En ese taller se busca el aprendizaje (y no la enseñanza), “nos interesa dónde, cuándo, por qué, cómo se produce y hay aprendizajes”, acota. Enfatiza que la educación está en todos lados y por eso es necesario resignificar los espacios de aprendizajes, los que no se circunscriben exclusivamente a las instituciones educativas y esa también es labor del docente. Entonces lanza una aseveración diferente, medio extraña: “Hay que diluir o recombinar las disciplinas; hay que trabajar para que las personas sean ingenieras/poetas, filósofas/bailarinas; es decir, ciencia/arte, buscar una linda combinación”. En la universidad, explica, se ofrece una “dieta cognitiva” muy sesgada, continúan vigentes las facultades de ingeniería, las de medicina, las de arquitectura, y eso es una aberración porque a estas alturas deberían existir las facultades integradas que configuren profesionales con perfiles integrados como un ingeniero/poeta.
La expresión “dieta cognitiva” forma parte del título de su libro Nativos digitales. Dieta cognitiva, inteligencia colectiva y arquitecturas de la participación. Una de sus propuestas desarrolla la tesis de que vivimos en una sociedad hipermediatizada y superconectada, por lo cual las generaciones de los nacidos desde los años ochenta, son nativos digitales, es decir, generaciones que dominan el mundo digital y probablemente no sabrían vivir fuera de él. Algunas son generaciones polialfabetizadas, competentes en el ámbito analógico y en el ámbito digital.
Piscitelli me aclara que no es un nativo pero tampoco un inmigrante digital. Se autodefine como un colono digital. ¿Cómo una persona nacida antes de los ochenta puede ser ahora un colono digital? –le pregunto–. Y me cuenta que empezó a interesarse en el mundo digital cuando tenía ya 31 años, y que sus estudios de filosofía, historia, epistemología, etc., fueron una base importante para este enganche. Es colono porque es un mediador tecnológico intergeneracional. Amplía que un colono digital es quien conciencia lo que vio y conciencia lo que se viene y se inquieta y se lo anticipa a mucha gente que aún no ve lo que está pasando. Por supuesto, aclara, esa fue su experiencia y conoce de muchas otras similares que también son ahora colonos digitales. Lo complicado –reflexiona– es encontrar lo contrario: jóvenes nativos digitales con bases sólidas en filosofía, epistemología, historia; es lo ideal y depende de dos factores: 1) del interés personal de cada quien y 2) de la calidad de estímulos que reciban en el proceso de aprendizaje, es decir, depende de los docentes. Hay que hacer un esfuerzo para conseguir un equilibrio entre estas dos fuentes. Con gran certeza de lo que dice, manifiesta que todos los educadores deben esforzarse por ser mediadores tecnológicos intergeneracionales, para que apoyen el desarrollo de las habilidades tecnológicas y sociales de sus estudiantes.
Ya casi finalizando el encuentro, le pregunto que cuál sería una razón por la que los docentes no pueden dejar de leer este libro. Luego de unos segundos me dice: “Porque el mundo en el que vivimos es digital y si un docente vive en él tiene que ser contemporáneo con su momento histórico y no puede ignorar, rechazar, indignarse ni persignarse por este momento… es como que si está pasando algo, hay movimiento en la calle… ¿me interesa o no me interesa saber qué pasa? De lo que me lamento no son de las cosas que hice sino de las que no hice, por ejemplo, no haber estado en Berlín cuando cayó el muro; esto es independiente de que sea profesor de historia (o de una cosa que no existe que la llaman Historia Contemporánea); si un docente no está interesado en lo que pasa o en lo que le pasa, entonces, no tiene derecho a enseñar”.
Nos despedimos.
Sí. No se educa para la vida, la educación es vida.