En el episodio de la propuesta de cambio a la ley con respecto al aborto y los siguientes hechos que son de dominio público, fue penoso ver capitular a las asambleístas. Me conmovió saber que mujeres, antes librepensadoras y dirimentes, ahora no solo aceptan la sanción impuesta a su pensamiento y opinión diferentes, sino que alguna de ellas –incluso– se siente orgullosa de pertenecer a ese movimiento político.
Recordé entonces un fragmento de los ensayos de José Ingenieros de su obra Las fuerzas morales. Me permito incluirlo:
—La obediencia pasiva es la negación del deber. El hombre que dobla su conciencia bajo la presión de ajenas voluntades ignora el más alto entre todos los goces, que es obrar conforme a sus inclinaciones; se priva de la satisfacción del deber cumplido por el puro placer de cumplirlo. La obediencia pasiva es domesticidad sin crítica y sin control, signo de sumisión o de avilantez; el cumplimiento del deber implica entereza y valentía, cumpliéndolo mejor quien se siente capaz de imponer sus derechos.
Afirmar que el deber es social no significa que el Estado o la Autoridad pueden imponer su tiranía al individuo. El sentimiento del deber es siempre individual y en él se refleja la conciencia moral de la sociedad; pero cuando el Estado o la Autoridad no son la expresión legítima de la conciencia social puede consistir el deber en la desobediencia, aun a precio de la vida misma. Así lo enseñaron con alto ejemplo los mártires de la independencia, de la libertad, de la justicia.
…
No se cansaban los estoicos de recordar el gesto firme del senador Helvidio Prisco. Pidiole un día Vespasiano que no fuera al Senado, para que su austera palabra no perturbara sus planes.
—Está en vuestras manos quitarme el cargo, pero mientras sea senador no faltaré al Senado.
—Si vais —repuso el emperador— será para callar vuestra opinión.
—No me pidáis opinión y callaré.
—Pero si estáis presente no puedo dejar de pedírosla.
—Y yo no puedo dejar de decir lo que creo justo.
—Pero si lo decís os haré morir...
—Los dos haremos lo que está en nuestra conciencia y depende de nosotros. Yo diré la verdad y el pueblo os despreciará. Vos me haréis morir y yo sufriré la muerte sin quejarme. ¿Acaso os he dicho que soy inmortal?
…
Haz de él un mandamiento de tu credo. Piensa que el porvenir de tu pueblo está en el temple moral de sus componentes.
El Sr. Galo Mora, siempre tan conceptuoso, dijo: “Aquí hay una conciencia militante”, y también dijo: “No es un problema de conciencia, sino de militancia y de consecuencia”. (Internet. Radio Zona Sur). Es decir que ¿la conciencia y la militancia no se relacionan? Tampoco ¿la conciencia y la consecuencia? Los acuerdos en el interior del movimiento de AP, si no se nutren de la conciencia de cada quien, ¿de qué se nutren? ¿Cómo es que “no se claudican convicciones” pero se aceptan sanciones? ¿De dónde nacen las convicciones de los compañeros de AP? Todo es tan extraño...