La mayoría de países alrededor del mundo se encuentran trabajando en mejoras al sistema educativo, en Ecuador se llevan a cabo constantes cambios al nuestro. Sin embargo, no importa cuántos cambios o mejoras le hagan, la raíz del problema radica en el mismísimo sistema. Hemos trabajado por décadas en fortalecer un errado sistema educativo, fundamentado a partir del paradigma de que todos los seres humanos aprendemos de la misma manera y debemos obtener los mismos resultados. Es una desatinada afirmación. Ningún ser humano es igual a otro, por consiguiente los métodos de aprendizaje y enseñanza no pueden permitirse ser estandarizados. Peor aún, los resultados que se esperan de los alumnos no pueden ser los mismos. Esto implica un sistema educativo que castra las aptitudes vocacionales de los menores, para forzar la simple repetición de técnicas.

En otras palabras, se han cambiado los saberes por los haceres.

Ilustremos lo grave de la situación con un ejemplo que nos resulte comprensible y cercano a todos: la agronomía nos enseña que el suelo fértil no es apto para el monocultivo de ningún producto, sino que su óptimo desarrollo conlleva dar lugar a la variedad de frutos. De lo contrario, con el tiempo, nacerían nuevas plagas y tanto el suelo como los sembríos se pudrirían. Es exactamente esto lo que se está haciendo con los estudiantes. La educación actual equivale a un infinito campo de monocultivos, en el que el concepto de inteligencia y capacidad de los alumnos se pretende estandarizar. Se espera que todos los alumnos rindan lo mismo en todas las áreas.

El educador inglés Ken Robinson nos advierte de la crisis de recursos humanos que existe al decirnos: “Hacemos un uso muy pobre de nuestros talentos (…). Muchos individuos pasan toda una vida sin siquiera saber cuáles pueden ser sus talentos”. Estas palabras nos hacen pensar nuevamente en aquella tierra agrícola que tiene miles de hectáreas de un solo cultivo. En ese suelo solo crecerá un producto, no porque la tierra no permita la diversidad, sino porque la mano del hombre ha eliminado esta posibilidad. Volviendo al tema de la educación, el monocultivo equivale a aquel único perfil del egresado que los colegios de nuestro país ofrecen. Y cuando hablamos de grandes corporaciones, podemos entender también cómo las necesidades del mercado demandan de emprendedores capacitados en negocios y tecnología. Pero dejemos algo en claro desde ya: no todos los seres humanos debemos estudiar ingenierías con menciones en mercadeo y/o informática.

Los casos más usuales en la consulta clínica psicológica son adultos de edad mediana quejándose de poseer grandes casas y carros, pero aun así de sentirse infelices y no poder dormir en las noches. Grandes ejecutivos, con altos cargos en empresas transnacionales, con un preocupante vacío existencial. ¿Es ese el futuro que deseamos para nuestros hijos? Es hora de una revolución educativa. Es momento de dar lugar al sujeto humano, a sus metas personales y no a las demandas del mercado. ¿En qué momento el comercio pasó de estar al servicio del bienestar social, a que la sociedad esté al servicio del bienestar comercial? Es hora de cambiar el perfil del egresado de nuestros colegios, de jóvenes emprendedores de negocios con conocimientos de tecnología y comercio, por uno que diga: “Nuestros graduados poseerán las herramientas necesarias para seguir su vocación y destacarse en ella”.