Nuestra invitada

La prudencia y la templanza son virtudes que debemos manejar en nuestras vidas cotidianas, si queremos tener relaciones armoniosas en nuestro hogar y nuestro entorno laboral y social. Esas virtudes se vuelven obligatorias cuando desempeñamos cargos de representación de instituciones, ya que cualquier desafuero no solamente afecta relaciones personales sino organizacionales. Con mucha mayor razón, son exigibles e indispensables, si se representa a países.

La falta de control demostrada por el Embajador de Ecuador en Perú en un incidente en un supermercado de la ciudad de Lima ha traído no solamente repercusiones al propio Embajador, sino que está afectando relaciones tan sensibles, como la de dos países que durante décadas se consideraron enemigos, enfrentados a constantes guerras y conatos de las mismas, y cuyo acercamiento es todavía precario, ya que la paz lograda con tanto esfuerzo, es reciente y debe de revertir toda una cultura de animosidad entre ambos pueblos. Por ello, si en algún país del mundo requerimos de un Embajador prudente y con control sobre sí mismo, es justamente en el Perú.

Pero no solamente se afectan relaciones entre países, sino que está de por medio también relaciones de género, entre hombres y mujeres, que históricamente han sido desiguales. El maltrato del hombre hacia la mujer, es todavía elevado, como lo demuestra la última encuesta de INEC en el país, y no solamente se da en el ámbito doméstico, sino en el laboral, político y social. Revertir esta situación oprobiosa requiere de una política pública consistente y congruente, que no solamente dicte leyes, establezca programas y defina estrategias educativas y culturales, sino que las cumpla, con el mejor sistema que existe para que sea aceptada socialmente, como es el ejemplo de los funcionarios públicos. “Lo que haces grita tan fuerte que no puedo oír lo que dices” es una frase que nos recuerda hasta qué punto son nuestros actos los que tienen valor para los demás. No importa lo que digamos ni con cuánta fuerza lo expresemos, si nuestro comportamiento no se ajusta a esa expresión verbal.

Requerimos y exigimos que en nuestra política exterior se priorice las buenas relaciones entre nuestros países antes que el mantenimiento de un funcionario cuestionado. Asimismo, que nuestros embajadores sean personas prudentes y con control sobre sus emociones y actos, que ante insultos o provocaciones no contesten con iguales o peores ofensas, como golpes y patadas, que sean dueños de sí mismos y que recuerden que quien vence a otro es fuerte, pero quien se vence a si mismo, es poderoso, como dijo Lao Tse. Solamente así podremos sentirnos orgullosos de nuestro servicio diplomático y de nuestros gobernantes.