Fue su intención serlo con Moreno de presidente. Lo evidencia en entrevista en Página 12, medio de comunicación del kirchnerismo en Argentina, edición del 25 de marzo de 2018, cuando –respecto a Moreno– expresa: “...sabíamos que no tenía convicciones, que no era un tipo de izquierda. Lenín nos dijo que era de derecha. Pero también sabíamos que los procesos estaban en marcha. Pensábamos que si continuaban nuestros equipos iban a mantener la misma dirección de conducción del Estado y que era bueno tener un tipo de centro o centroderecha que apaciguara un poco las cosas”. La pretensión de Correa era que Lenín sea un títere, para él seguir de titiritero.

Lenín se ha desvinculado de Correa. También algunos de su entorno.

Sí preocupa aquello de “pensábamos que si continuaban nuestros equipos iban a mantener la misma dirección de conducción del Estado”, porque ya fuera Pólit –su contralor– Glas y Ochoa y otros, hay espacios en que sí continúan equipos y cuadros de Correa, con un discurso que evidencia su intención de no desagradarlo, ¿a quiénes obedecen?, ¿a Correa?, ¿al presidente Moreno?

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No hay un títere en la Presidencia, pero se percibe que, en el entorno del poder, como que sí habría “muñecos (as) de plomo a control remoto”.

La dolarización

En la misma entrevista, Correa se lamenta “…había que convivir con la dolarización y tratar de mitigar sus efectos nefastos (…). La dolarización ecuatoriana la impusieron nuestras élites”.

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En el correato se hizo lo inimaginable para hacer quebrar la “dolarización”. Se le confiscó al Banco Central –cero compensación– el bono AGD, respaldado por la cartera de los bancos cerrados, siendo que del Banco Central salió la liquidez para los depositantes. Se le confiscó –como que su valor fuera cero– el 100% de las acciones del Banco del Pacífico. La afectación, durante el correato, al patrimonio al Banco Central estuvo alrededor de USD 1.300 millones.

Además, se le llevaron al Banco Central miles de millones de liquidez, en su mayor parte producto de depósitos de encaje de liquidez de los bancos privados, que deben ser garantía para el evento que se requiera devolver depósitos al público en tales bancos, obligándole al Banco Central que tome títulos valores del Gobierno, que a su vencimiento nunca pensaron honrar –y no lo hicieron–.

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A fin de tapar ese hueco financiero que deliberadamente se iba a producir, Correa dio un primer paso, modificó la estructura patrimonial de tres entidades financieras del Estado (la Corporación Financiera Nacional –CFN–, el BAN Ecuador –que sustituyó al anterior Banco Nacional de Fomento en liquidación– y la Corporación Nacional de Finanzas Populares y Solidarias –Conafips–), convirtiéndolas en entidades “de capital dividido en acciones”, pero de no libre negociación. Y vino el segundo paso, se las impuso en dación en pago, por USD 2.136,5 millones, al Banco Central del Ecuador, en cuya contabilidad pasaron a ser solo un registro contable, no convertible en liquidez, salvo que el Gobierno ponga “el billete”, por ahora impensable, para recuperarlas.

El 24 de mayo de 2017, último día de su gobierno, ilegalmente se contabilizaron esas acciones como “otros activos”.

Esa mañosa dación en pago equivale a haberle metido la mano en las cuentas corrientes y en las de ahorros de los ecuatorianos en la banca privada –las que se protegen con los encajes– y llevárseles USD 2.136,5 millones.

Mañana, un susto financiero, que ojalá no se produzca; y, ese “billete”, reducido a solo cuenta contable, ya no existe.

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¿Y Correa?, en Bélgica.

Agréguese a lo dicho la magnitud de la deuda pública superando los sesenta mil millones de dólares, alrededor del 60% del Producto Interno Bruto del Ecuador, cuando terminó su gobierno, que en los segmentos externos fue muy mal negociada. En parte originada en contratos con sobreprecios, sin prioridades en el gasto.

Leyes profraudes, decisiones y conductas mañosas fueron repetitivas en el correato.

Los silencios confesados

Primero, fue Raúl Patiño, hermano de Ricardo, muy próximo a Correa.

En enero del 2018, expresó: “Nos reuníamos y decíamos qué hacemos, cómo enjuiciamos a esos desgraciados que todos sabemos que están robando en Petroecuador, a esos ministros que sabíamos que hacían las cosas con sobreprecio, pero en la Asamblea no sabíamos qué hacer, porque era absolutamente prohibido fiscalizar. Dije, no me voy a quedar siendo cómplice de los corruptos, por eso a los dos años renuncié. Fui a Suiza y le dije a Lenín Moreno regresa, porque nos sentimos avergonzados”.

Miguel Carvajal, secretario de Gestión Política del actual Gobierno, legislador de Alianza PAIS en el correato, días atrás, en reunión del Congreso de Ética de su fuerza política, al admitir la gravísima situación financiera del Ecuador, así como el asalto a los fondos del IESS y su cuasi quiebra, ha señalado que dentro del bloque se sabía de la corrupción, pero no se querían arriesgar a la tacha de “traidor” si se proponía o permitía fiscalizar.

¿Y habrá Resurrección?

Requiere consensos previos de los ecuatorianos, con una condición esencial: que Moreno no se aparte de la verdad y la transparencia, que no se allane a maquillaje alguno, y que los rezagos del correato –esos “muñecos (as) de plomo, a control remoto”– no sean los que sigan manejando el Ecuador.

Ni confesión de culpas o errores, ni admisión de responsabilidades de acción o de omisión o silencios, tienen valor si no hay propósito de enmiendas y rectificaciones. (O)

Ya no hay un títere en la Presidencia, pero se percibe que, en el entorno del poder, como que sí habría “muñecos (as) de plomo a control remoto.