El acto cotidiano de comer implica mucho más que ingerir nutrientes para mantener la vida. Es un proceso cultural que trasciende los platos, la mesa y a los propios comensales. Se trata de un intercambio simbólico de historias, saberes y experiencias que se narran desde el aprendizaje de cierto platillo, sus técnicas de preparación, hasta cómo se decide compartirlo y con quién. Así, la idea de comer calentado o recalentado vendría a ser como revivir este proceso más de una vez.