Historias de superación hay muchas; en cuentos, fábulas y en la Biblia, pero la vida real en cambio, recoge historias que desvelan cómo todo puede cambiar de un día al otro. Este es el caso de Pu Yi, el último soberano perteneciente a la dinastía Qing en ocupar el trono del Dragón durante la primera mitad del siglo XX.

Su nombre completo era Aisin Gioro Pu-Yi.

Ocurrió en Pekín (China) en noviembre de 1908 cuando este personaje fue elegido como Hijo del Cielo, el título de los emperadores chinos, para suceder al emperador Guanxu, su tío, tras su deceso en la Ciudad Prohibida. Sin embargo, el panorama del reino chino era deplorable y el país estaba lleno de caos.

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Con dos años de edad, obtenía el título más importante de todos y el trono de un imperio que se caía a pedazos, alentado por los movimientos revolucionarios y republicanos que pretendían derrumbar la monarquía en su totalidad. A los cinco años, la revolución logró destituirlo y acabar con el sistema imperial, sin embargo, lo dejaron vivir en tierras aledañas con un subsidio anual. Se instaló en el mando un grupo bautizado como La República.

Aunque no gobernaba, el niño seguía siendo reverenciado como un emperador y fue educado con las tradiciones monárquicas chinas y en su adolescencia tuvo un tutor británico que le ayudó con el inglés para que sea bilingüe. Si bien no era un emperador, vivió rodeado de protocolos, sirvientes y tratos especiales. Pero pocas veces logró reunirse con su familia.

A pesar de haber dejado de ser el gobernante de China seguía siendo una figura simbólica únicamente para la Ciudad Prohibida, fuera del sitio, no tenía mucha relevancia. Con el descenso del congreso, Pu Yi fue obligado a abandonar la Ciudad Prohibida y se trasladó a la muy cosmopolita Tianjin, donde no era nadie y sufrió burlas crueles de su entorno, además no contaba con el apoyo de su familia.

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Diez años después su madre se suicidó, pero al funeral tampoco tuvo autorización de asistir.

Finalmente se casó con Wang-Jung, pero no logró consumar el matrimonio y huyó del lecho conyugal en su noche de bodas. Luego se casó por segunda vez con la concubina Wen-Hsiu, quien tiempo después lo abandonó. En esta historia que recoge el portal web de La Vanguardia, algunos historiadores apuntan a problemas de impotencia o seguramente que era estéril. Sin embargo, Pu Yi tenía una vida social alocada, acudía constantemente a fiestas o las organizaba él mismo.

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En su vida adulta, con dos matrimonios fallidos, Pu Yi entró en contacto directo con las autoridades japonesas. Oficiales del Ejército y de los servicios secretos iniciaron un discreto acercamiento a él con el pretexto de que debía aceptar puestos de mayor responsabilidad y recuperar su antigua posición, la que en honor a su ego, merecía pero fue una trampa en la que Pu Yi no tardó en caer y accedió a encabezar el gobierno de Manchukuo, el estado supuestamente independiente que los japoneses establecieron en la Manchuria, ocupada a partir de 1931.

Luego de ser encerrado en la cárcel de Fusin por los comunistas chinos, en la ciudad de Harbin, tuvo posada en casa de una de sus hermanas casadas y se le asignó un trabajo como jardinero en el Instituto Botánico de la Academia China de las Ciencias. Más tarde pasó a ser archivero en una institución del Partido Comunistas Chino. En el plano personal, se casó con una enfermera llamada Li Shu-Hsien, en una vida ajena a la que tuvo inicialmente.

Su final estuvo lleno de sufrimiento, no solo por no poder concretar una familia sino que su vida de excesos le provocó un diagnóstico lamentable: cáncer de vejiga, el mismo que lo llevaría a la muerte en cuestión de cinco años. Según la historia, Pu Yi fue enterrado por los dirigentes comunistas en un lugar destinado a los héroes de la revolución.

La vida de Pu Yi fue llevado al cine con el título El último emperador (The Last Emperor), una película de 1987 de género biográfico, dirigida por Bernardo Bertolucci. (E)

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