Es usual escuchar el colonialismo de ‘disparar balas de fogueo’ en medio de la grabación de una película u obra teatral, pero ¿qué significa dispararlas y qué efectos podrían desencadenar?, ¿por qué las personas pueden morir después de ser desairadas con este tipo de munición?

A continuación explicaremos algunas de estas respuestas, qué es este tipo de munición, por qué se usa y por qué pueden ser un alma letal como cualquier otra.

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La verdad es que las balas de fogueo son inofensivas a distancia, pero si pegas una al cuerpo de una persona, pueden causar daños graves. Para entender qué tan partículas son, tenemos que ver cómo se construye una bala.

Para ser efectivas, la bala y el arma deben contener algo que produzca una chispa que ponga en marcha todo el proceso de disparo, una fuente de combustible que se enciende rápidamente y genere una gran cantidad de gas capaz de expulsar el proyectil a esa velocidad.

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Antiguamente, había que cargar el arma con todos esos elementos aparte del proyectil, pero actualmente las balas incluyen todo: una elegante carcasa exterior (2) algo de combustible (3) así como el cebador (4) que produce la chispa. Mientras tanto, el proyectil (1), un objeto pesado de metal, queda en la parte superior, evitando también que se desparrame todo lo de dentro. Mientras que el arma no esté presionada contra alguien, solo la bala puede producir daño.

Foto: Wikimedia Commons

¿Pero por qué? La bala la causa daño porque está hecha de una sustancia pesada y densa. Este objeto denso y pesado mantiene fácilmente su impulso mientras vuela por el aire y puede atravesar sin problemas la carne humana.

Si se reemplaza la bala de metal con un trozo de papel o de algodón enrollado, como ocurre con las balas de fogueo, se acabó el peligro. Además, cuando más vuela el papel, más se iguala su frágil masa a la presión del aire que intenta atravesar, por tanto, se vuelve cada vez más lenta y resulta incapaz de causar daño alguno. En cualquier lugar que esté a poco más de medio metro de distancia no tendrás mucho que temer, a no ser claro que caiga directamente sobre tu ojo. (I)