El olfato es el más misterioso de nuestros sentidos. Somos capaces de distinguir miles de olores diferentes. Es a menudo el primer indicio de peligro o de seguridad. Al nacer, cuando no podemos distinguir lo que vemos u oímos, nos guiamos por el olor.

Los recién nacidos tienen un sentido del olfato bien desarrollado, y prefieren el olor de su madre, específicamente, el de la leche materna. El Hospital de Niños de Filadelfia reporta que el centro olfatorio del cerebro se forma muy temprano en el desarrollo fetal.

Los olores pueden hacernos reaccionar instintivamente, según los recuerdos y estados psicológicos que evoquen.

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En la novela En busca del tiempo perdido, Marcel Proust describe cómo los recuerdos olvidados de la infancia reaparecen en la conciencia con su intensidad original a partir de los olores de la comida. Los investigadores le llaman a esto el efecto proustiano, el fenómeno de Proust o, más puntualmente, la magdalena de Proust.

Los recuerdos de la infancia ligados a la memoria se quedan con la gente de por vida. Rachel Herz, de la Universidad de Brown, y Haruko Sugiyama de la Corporación Kao en Japón condujeron en 2015 un estudio para identificar cómo el aroma de un producto evoca fuertes respuestas emocionales e influyen en el atractivo de un producto.

Utilizaron muestras de cuatro lociones, y las probaron con 271 mujeres estadounidenses entre los 22 y los 31 años. Las participantes calificaron las lociones por cinco cualidades: atractivo, intensidad, familiaridad, unicidad y el grado en el que despertaban recuerdos personales. Finalmente, daban el puntaje total a la fragancia.

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Su conclusión fue que algo ligado a la memoria olfativa se percibe como superior tanto en lo funcional como en lo emocional, aunque esté rodeado de otros olores igualmente agradables, pero no evocadores.

Los recuerdos proustianos se forman en los primeros años de la vida y son extremadamente poderosos para dirigir la conducta humana.

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¿Dónde está el centro de los olores?

La profesora de neurología Cristina Zelano ha estudiado la conexión de las redes del hipocampo con los sistemas sensoriales humanos (audición, tacto, visión y olfato). Ella opina que hay una conexión muy robusta entre nuestro sistema olfativo y el centro de la memoria. “Es como una supercarretera desde el olfato hasta el hipocampo”.

La visión, la audición y el tacto están conectados al hipocampo a través de una corteza intermedia, no directamente. Pero con el olfato no pasa así. Tiene acceso directo.

Investigación previa sugiere que perder el sentido del olfato está asociado con un mayor riesgo de depresión y menor calidad de vida. Y a muchos de los que tuvieron COVID-19 les afectó. Algunos han pasado meses sin recuperar la capacidad de oler. Hay una urgencia de entender mejor el sistema olfatorio para saber por qué se pierde el olfato en el COVID, y desarrollar un tratamiento.

¿Qué hace que amemos un olor?

La crianza y nuestra historia personal son decisivos, pero también la cultura. En Norteamérica y Europa las esencias cítricas se perciben como alegres y refrescantes, mientras que la lavanda es calmante. En Japón, el aroma de la calma es el jazmín, mientras que el de la alegría y la energía es el agua de rosas.

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El olor no solo incide en la conducta de consumo, sino que podemos usarlas para inducirnos a un estado de ánimo más positivo. Las esencias con las que nos rodeamos pueden darnos algo de control de la situación y elevar nuestra motivación para un comportamiento deseado.

El exatleta de alto rendimiento y ahora promotor de salud pública Christopher Bergland cuenta mientras investigaba sobre el olfato y la memoria, entabló una conversación con un grupo de desconocidos en una cafetería, y les preguntó sobre emociones positivas o negativas que los olores les traían a la memoria.

“Una mujer de 70 años dijo que recordaba bien los perfumes de su padre y su madre. Y que ahora, cuando olía esas fragancias, volvía a sus padres y a su niñez”. Otra mujer dijo que en su juventud cambiaba de perfume con cada nuevo novio, tal vez para crear un recuerdo nuevo. Y a todos, el olor del árbol de pino les traía un grato recuerdo de la Navidad. Sobre todo, asociaban el olor del pan recién horneado con el “hogar, dulce hogar”.

Una persona en la mesa llamada Jim había estado en Vietnam. Dijo que el olor de los hot dogs o de un químico llamado cordita (un explosivo sin humo) le traían escenas de la guerra.

Bergland descubrió personalmente el nexo entre los olores y el desempeño atlético cuando empezó a correr, cuando era un adolescente. En ese tiempo (década de 1980), la colonia Polo era muy popular, y le encantaba. Antes de correr, se empapaba religiosamente con colonia, pues asociaba el olor con montar a caballo, y así se asociaba con mayor velocidad y poder. “Hasta hoy, el olor de esa colonia me hace sentir que tengo 17 años otra vez”.

Como atleta profesional, Bergland se valió de los recuerdos olfativos para crear un estado anímico mental y conductual. “El olor del protector solar me recuerda al verano y me llena de energía y positivismo, cielos azules y luz brillante. En invierno, cuando tenía que correr en una máquina, en el interior de un gimnasio, la crema solar me evocaba todas las buenas emociones del verano, como una vieja canción”.

El olfato tiene una fuerte conexión con la memoria y con el estado emocional; entenderlo y estimularlo podría mejorar ciertos aspectos de la vida diaria.

Él está convencido de que todos podemos usar nuestros recuerdos olfativos para recrear un estado mental positivo, y estimular nuestro comportamiento. “Reconocer el poder de ciertos olores específicos en nuestra vida nos da la habilidad de usar las fragancias como una herramienta para revivir las asociaciones más positivas que tenemos con la gente y los lugares del pasado”.