A muchas personas no les inquieta demasiado que un octogenario olvide cuál es la mejor ruta para llegar a su tienda preferida, que no recuerde el nombre de algún amigo o que abolle su auto cuando trata de estacionarlo en una calle muy transitada de la ciudad. Hasta los cerebros sanos son menos eficientes con el paso de los años, y la memoria, las percepciones sensoriales y las capacidades físicas se vuelven menos confiables.