El ciberostracismo en las escuelas puede ocurrir cuando un estudiante se da cuenta de que está siendo ignorado, rechazado o excluido en línea por sus compañeros, sean redes sociales, servicios de mensajería, grupos de chat o plataformas de interacción provistas por los colegios.
- Puede ser que note que no recibe respuesta a sus contribuciones a la conversación general o a mensajes personales.
- Puede ser que vea que nadie interactúa (da like, comenta o comparte sus publicaciones).
- El ciberostracismo puede dar pie a sentimientos de ira, tristeza o ansiedad. Un chico o una chica pueden sentirse disminuidos, frustrados, ofendidos y decidir retirarse de ese entorno (no ir a clases) o retaliar de otras formas (con mensajes de reclamo o agresiones).
Este término se suma al flaming (mensajes con lenguaje explosivo y violento, con la intención de humillar e intimidar), el grooming (adultos que se hacen pasar por niños o adolescentes para poder interactuar con menores de edad y así extorsionarlos o abusar sexualmente de ellos), el outing (publicar o difundir imágenes, mensajes, información o correos íntimos, sexuales o que podrían avergonzar a un menor) y el doxing (publicar información personal de alguien, como lugar de estudios, de trabajo, domicilio números telefónicos, sin su consentimiento).
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El Ministerio de Educación de Ecuador, en su ’Protocolo de actuación frente a situaciones de violencia digital detectadas en el sistema nacional de educación’, publicado en 2023, lo llama exclusión digital: “Sacar a una persona de un chat o grupo al que pertenecía o pretende pertenecer; bloquearla para que no pueda continuar participando (Unesco, 2020)”.
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El Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas señala que los Estados deben vigilar que niñas y niños tengan acceso igual y efectivo al entorno digital en lo que sea importante y beneficioso. “Los Estados también deben tomar todas las medidas necesarias para que ningún niño o niña sufra exclusión; para que tengan acceso gratuito y seguro, así como el tomar medidas eficaces para prevenir la discriminación (por sexo, raza, religión, nacionalidad, idioma o cualquier otro motivo)”.
Es decir, los menores de edad tienen razón de estar en los espacios digitales para todo lo que les aproveche. Pero estas áreas son poco reguladas, poco supervisadas y la educación para la ciudadanía digital no ha sido suficiente.
Pues uno de los mayores problemas, reza el protocolo del Mineduc, es la falta de legislación clara en ciberseguridad, considerando que: “En Ecuador, el acceso a internet ha aumentado considerablemente, alcanzando el 60,4 % de los hogares en el país (INEC, 2021). El 73,3 % lo utiliza principalmente para actividades comunicacionales y redes sociales”.
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¿Qué deben hacer las familias y las escuelas para evitar la exclusión digital?
En el webinar “Bullying y ciberbullying: exclusión en tiempos digitales”, la periodista argentina Julieta Schulkin conversó con la especialista en convivencia escolar Ana Campelo y con la directora del portal Chicos.net, Andrea Urbas. Empezaron estableciendo que el bullying (acoso) no es la única forma de violencia entre pares. Y que no es un fenómeno aislado de la vida real, pues todo lo que ocurre en los entornos digitales es un reflejo del comportamiento en presencia física, y pasa en las dos dimensiones.
“Es bullying cuando cae en forma sistemática sobre uno, dos o un grupo de chicos, en una asimetría de ‘poder’”. La educadora Campelo lo pone entre comillas porque considera que entre chicos no hay en realidad poder, todos son vulnerables, están creciendo y aprendiendo. “No quiere decir que todos sean víctimas”.
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Las exclusiones, el aislamiento, el no dejar participar a un compañero, sea en experiencias educativas o sociales, entran en el grupo de las violencias simbólicas o verbales.
Hay una naturalización muy fuerte de los discursos de odio, opina Urbas. “Si te animas a publicar algo o a mostrarte, te tienes que bancar (aguantar) lo que te digan”, en vez de poner el foco en los comentarios agresivos y cuestionar la agresión.
Las redes se presentan a la violencia por sus características; si bien hay alta capacidad de réplica, visibilidad, perdurabilidad de lo publicado y poco control sobre la viralización de los contenidos, estas también separan a los interlocutores por medio de las pantallas. No vemos en persona ni en tiempo real el dolor, la vergüenza o la humillación que provocamos al otro.
Campelo enfatiza que todos debemos entender que si bien los entornos son digitales, los vínculos no lo son y la violencia tampoco. “Detrás de las pantallas hay siempre un cuerpo que puede hacer sentir dolor o sentir dolor”. La escuela y la familia que llegan cuando la violencia emerge están tarde. La primera acción es enseñar a los jóvenes a vincularse. “Los nenes no nacen teniendo al otro como semejante”. Es un aprendizaje.
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Las conferencistas indican que parte de esa educación es enseñar a los chicos las consecuencias de sus actos, empezando por mostrarles el efecto que sus acciones tienen en los otros, antes de enfocarse en los castigos.
Otro aspecto que debe estar claro para todos es que en estos actos de violencia en línea hay tres actores: los que la cometen, los que la padecen y los que participan de manera más o menos activa, aprobando, festejando, alentando o viendo en silencio. “Ese tercer actor es clave para desarmar la escena. Sin él, no tiene sentido. Tenemos que enseñar a los chicos a que cuando conozcan de una situación de bullying acudan a un adulto. Muchos no lo hacen para no ser el objeto del maltrato; esto es algo en lo que podemos trabajar a través de casos, de películas, de cuentos, de charlas”. Pero sobre todo a través de un clima de participación, solidaridad y vínculos respetuosos. Los mayores tienen que dar el ejemplo.
¿Cómo emprender la educación digital de niños y adolescentes?
La escuela y la familia son el mejor punto de partida para formar ciudadanos digitales conscientes de sus derechos y de sus responsabilidades, que no caigan en un engaño, que sepan pedir ayuda, y que no contemplen el abuso sin hacer o decir algo.
El Consejo de Europa, principal organización de derechos humanos de ese continente, ha publicado guías para docentes y padres con el título ‘Actuar para eliminar la exclusión y el acoso en internet y fuera de internet’.
En ellas diserta bajo la premisa de que “ningún niño o niña debe jamás sentirse excluido, en línea o no”, ya que en esta era todos tenemos derecho a “ser en línea”.
- Hay que promover la alfabetización informativa y mediática. “Los niños necesitan saber por qué y cómo informar y bloquear contenido ofensivo”.
- Los docentes pueden aplicar una inmunización en el aula: abrir y dirigir el debate con un artículo que contenga antivalores como el odio o el racismo, para que todos piensen por qué ese material es dañino y la clase llegue a una conclusión de qué hacer cuando se encuentren con ese tipo de publicaciones en internet.
- Otro de los derechos en línea es el bienestar, y para esto es indispensable que nos conduzcamos con ética y empatía. Se recomienda dialogar en el aula sobre diferentes formas de acoso (exclusión, abuso emocional y físico) y hacer que los estudiantes reflexionen sobre cómo se sentirían de estar en el lugar de las víctimas.
- Además, los estudiantes deben entender lo más pronto sobre presencia digital. Todo ciudadano digital deja una huella difícil de borrar, y las negativas suelen tener consecuencias en las oportunidades profesionales y personales.
- Finalmente, la escuela y la familia podrían ver resultados en la educación de sus jóvenes al crear juntos una política antiacoso escolar que todos puedan firmar. “Debe enumerar los derechos y responsabilidades de los alumnos con respecto a su comportamiento entre ellos e indicar claramente las consecuencias de un comportamiento inaceptable”. (F)