Cuando Luisa murió de un infarto de miocardio a los 50 años, sus hijos se preguntaron cómo podía haber sucedido tal cosa. Su madre practicaba deporte, no fumaba y no comía apenas grasas. Fue una noticia totalmente inesperada. Lo mismo les sucedió tras el diagnóstico de esquizofrenia en otro familiar, el cual no tenía ningún antecedente ni factor de riesgo.