El sello personalísimo de la máxima autoridad plebeya del Reino Unido es una cabellera rubia, lisa y —sobre todo— abominablemente despeinada. Parecería que Boris Johnson llegara a cada reunión pública traído por algún viento huracanado que lo deposita con violencia a pocos metros de las cámaras de televisión, con tiempo suficiente para que se levante del suelo, se sacuda el polvo y se ubique al frente de las cámaras de televisión que transmitirán sus declaraciones al territorio británico y al mundo.