• Al principio del camino hay una encrucijada. Allí­ puedes pararte a pensar en la dirección que vas a tomar. Pero no te quedes demasiado tiempo, o nunca saldrás de ese lugar. Reflexiona lo necesario sobre las opciones que tienes delante; pero una vez que des el primer paso, olví­date definitivamente de la encrucijada, pues en caso contrario nunca dejarás de torturarte con la inútil pregunta: “¿El camino que elegí­ era el correcto?”.
  • El camino no dura para siempre. Es una bendición recorrerlo durante algún tiempo, pero un dí­a terminará, y por eso debes estar siempre listo para despedirte en cualquier punto. No te aferres a nada, ni a los momentos de euforia ni a los interminables dí­as en los que todo parece difí­cil y el progreso es lento. Más tarde o más temprano llegará un ángel, y tu jornada habrá llegado a su término. No lo olvides.
  • Honra tu camino. Fue tu elección, fue decisión tuya y, en la misma medida en que tú respetas el suelo que pisas, este mismo suelo respetará tus pies. Haz siempre lo más adecuado para conservar y mantener tu camino, y él hará lo mismo por ti.
  • Equí­pate bien. Lleva un rastrillo, una pala, una navaja. Entiende que para las hojas secas las navajas son inútiles, y que para la hierbas muy enraizadas los rastrillos son inútiles. Conoce siempre qué herramienta hay que emplear en cada momento. Y cuida de ellas, porque son tus mayores aliadas.
  • El camino va hacia delante y hacia atrás. A veces es necesario volver porque se perdió algo, o porque un mensaje que debí­a haber sido entregado se quedó olvidado en un bolsillo. Un camino bien cuidado permite que puedas volver atrás sin grandes problemas.