Hace una semana me mudé por novena vez en mi vida. Y no solo corroboré mi teoría de que lo realmente importante cabe en una maleta, sino que descubrí que la capacidad de acumular todo tipo de recuerdos aumenta cuando tenemos hijos. Las madres somos seres extraños: guardamos cosas tan disímiles como un cordón umbilical seco, la pulsera del hospital que certifica que ese bebé es nuestro, la huella de un pie diminuto plasmada en una hoja o en un bloque de arcilla, el primer mechón de pelo, su ropita de nacimiento, el muñeco de apego, el primer dibujo, la primera letra, la foto en solitario o grupal de todas sus salitas del jardín y su primera carta del Día de la Madre.