Hace muchísimos años, cuando visité por primera vez la hacienda Pijío, de propiedad de la familia Burgos, famosa por ser la pionera de los rodeos montuvios y ubicada en el cantón Baba, me enteré de que dicho nombre correspondía a un árbol fantástico y ya en peligro de extinción, al que no pude conocer.
Al pasar de los años oía siempre historias de este árbol milenario y de lugares escasos donde se lo podía ver en grupo, pero el pasado domingo nos aventuramos a buscarlos y conocerlos con dos compadres zamoranos, Guillermo Hasing y Miguel Ángel Hidalgo.
Es en la reserva privada La Esperanza, ubicada muy cerca del pueblo Isidro Ayora y a 60 km de Guayaquil, donde nuestro fallecido amigo Benito Bajaña mantuvo un bosque seco tropical de 240 hectáreas con más de 250 árboles de pijío (Cavanillesia platanifolia) y cientos de árboles de otras especies, como amarillo, guayacán, bototillo, compoño, laurel, matasarna, pechiche, y hoy su familia continúa con su legado.
El pijío, originario de la zona desde Nicaragua hasta Ecuador, es un árbol cilíndrico y enorme que llega a crecer hasta 40 metros de altura, con 4 metros de diámetro y circunferencias de hasta 9 metros, de modo que se necesitan 6 personas para abrazarlo por completo. Su madera es blanda y antiguamente se usaba para construir canoas, bateas y más.
Su semilla tiene alas del tamaño de una mariposa y por eso vuela con el viento, para caer y germinar en otros lugares.
Benito Bajaña dedicó su vida a preservar este bosque herencia de sus mayores y donde hoy, además de ver a estos gigantes del bosque, se pueden hacer caminatas, acampar, observar aves y degustar platos típicos de la gastronomía montuvia.
Un lugar extraordinario al que hay que regresar con las primeras lluvias para ver la floración de los guayacanes y de los míticos y legendarios pijíos, albergue del papagayo de Guayaquil (Ara ambigua guayaquilensis). (O)