Siempre he pensado que las palabras, las oraciones, los párrafos y, en general, los textos bien escritos tienen cierta musicalidad que facilita su lectura. Pero esa melodía discursiva no es estrictamente funcional, sino que trabaja como una especie de vitrina que permite a los demás asomarse a un segmento de nuestra esencia más profunda. “Adivinamos si tras las palabras se halla una persona cultivada, un gañán, una víctima de la sociedad, un aburrido, un ególatra, un brillante conversador, una persona inteligente o alguien que no ha sido acostumbrado a razonar”, indica el periodista español Álex Grijelmo en su libro Defensa apasionada del idioma español.