Juan siempre asistía a los servicios dominicales en su iglesia, pero luego comenzó a descubrir que el pastor siempre decía lo mismo, por lo que dejó de ir. En una fría noche de invierno, el pastor lo visitó. “Debe haber venido para tratar de convencerme de que regrese”, Juan pensó. Imaginó que no podía decir la verdad sobre los sermones aburridos. Cogió dos sillas y empezó a hablar del tiempo.

El pastor no dijo nada. Juan, después de algunos vanos intentos de entablar conversación, también silenció. Estaban solo viendo el fuego de una chimenea. En eso, el pastor, con la ayuda de una rama sin quemarse, apartó una brasa del fuego. Esta, sin suficiente calor, comenzó a apagarse. Juan la regresó rápidamente al fuego.

“Buenas noches”, dijo el pastor, levantándose para irse.

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“Buenas noches y muchas gracias”, respondió Juan. El pastor replicó: “No importa lo brillante que sea, una brasa retirada del fuego terminará apagándose rápidamente. No importa lo inteligente que sea un hombre, lejos de sus vecinos nunca logrará conservar su calor y su llama”.

Cómo ser recordado
En el monasterio de Sceta, el abad Lucas reunió a los frailes para el sermón. “Que nunca te recuerden”, dijo.

-¿Pero cómo, será que nuestro ejemplo no puede ayudar a los necesitados?, respondió uno de los hermanos.

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El abad contestó: “En una época en la que todo el mundo era justo, nadie prestaba atención a las personas ejemplares. Todos hicieron lo mejor que pudieron, sin pretender cumplir con su deber con su hermano. Amaban a sus vecinos porque entendían que esto era parte de la vida y no estaban haciendo nada especial por respetar una ley de la naturaleza. Compartían sus bienes para no tener que acumular más de lo que podían cargar, vivían en libertad, dando y recibiendo, sin nada de qué acusar o culpar a los demás. Por tanto, sus hechos no fueron contados y no dejaron historia. Ojalá pudiéramos lograr lo mismo en el presente: hacer algo bueno tan común que no haya necesidad de exaltar a quienes lo han hecho”. (O)