La planta del agave representa una añeja tradición en las poblaciones de los Andes ecuatorianos, lo cual ha quedado registrado desde el siglo XVI gracias al testimonio del jesuita español José de Acosta, quien en 1572 escribió: “He identificado a un árbol sagrado para los nativos que lo veneran tanto como a un Dios, ya que les provee de alimento, techo y bebida (…). De su mismo corazón, enterrado en tierras altas, extraen su sangre blanca para beberla y con ello ingerir la vida misma dicen ellos”.