Oraban con los ojos cerrados, rezaban el rosario llevando cuidadosamente el control de cada pepita de la cadena, que representa el número de oraciones, o sostenían velas encendidas que al consumirse derramaban lágrimas calientes en las manos entrelazadas. La mayoría de feligreses permanecían sentados sobre la vereda de la calle A, por donde un cordón policial sumado a vallas metálicas evitaron el ingreso a la iglesia de quienes llegaron después de las 04:00 del Viernes Santo, día en que el cristianismo recuerda la pasión y muerte de Jesús.