Desde el 1 de julio, la ciudad de Guayaquil se ha ido engalanando por el inicio del mes que marca el festejo de sus fiestas por los 488 años de proceso fundacional.
Durante este tiempo es habitual observar que los distintos comercios se preparan y comienzan a vender cosas alusivas para la fecha, además de decorar los establecimientos con banderas y objetos con los colores celeste y blanco.
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Guayaberas, vestidos y hasta sombreros forman parte de la vestimenta en algunas escuelas ante los actos que se realizan por la fecha.
Cangrejo y sus mejores recetas para prepararlo en homenaje a las fiestas julianas de Guayaquil
Guayaquil es una de las ciudades de Ecuador que tiene una población que supera los dos millones de habitantes y acoge a trabajadores de cantones cercanos, así como de otras provincias que se han mantenido y la han adoptado como propia.
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La historia de la bandera de Guayaquil
A lo largo de los años, varios son los poetas que han plasmado en sus letras un mensaje alusivo a la ciudad. Estos son algunos de ellos:
Canto a Guayaquil
Autora: María Piedad Castillo de Leví
Eran los huancavilcas hombres fuertes y bravos,
jamás se sometieron, nunca fueron esclavos.
El inca Huaynacápac supo de su fiereza
y ante esta sola tribu fracasó su grandeza,
nunca pidieron gracia, ni imploraron clemencia
y aun hemos heredado su altiva independencia.
Ellos eran los dueños del pobre caserío.
De pronto, de sus chozas los sacó un vocerío;
hombres de fiero rostro y caballera hirsuta
bajaban las colinas por escarpada ruta.
Tras la breve sorpresa dispararon las flechas
y las vieron caer trizadas y deshechas,
sobre los férreos cascos y los oscuros petos.
En cano se agruparon denodados e inquietos
en torno del Cacique y los Quillcas, señores,
se vieron despojados por los conquistadores.
Francisco de Orellana, el tuerto prodigioso,
pasada la matanza, con brazo poderoso
trazó en el verde suelo con simetría un cuadro;
usó la recia espada a un modo de taladro,
abrió en la suave tierra una profunda grieta.
La cruz de los cristianos clavó. Después con quieta
majestad se inclinó, doblando la rodilla,
y elevando el pendón morado de Castilla,
en el nombre de Carlos Quinto, Rey de España,
tomó posesión de esta comarca extraña.
Le dio un nombre, Santiago de Guayaquil. El Santo
patrón de los ejércitos, prestó marcial encanto
a la nueva ciudad, y la tribu vencida
sollozó en un vocablo su libertad perdida…
Guayaquil, ciudad mía, qué recios avatares
de entonces has tenido; sonrisas y pesares
repítense en tu historia; tres veces destruida
y tres veces fundada, vencedora y vencida,
justifica los fueros de tu estirpe indomable.
Muchas veces del Guayas, el torrente de plata
transportó los galeones del osado pirata;
al toque de rebato las campas plañían,
la luna iluminaba los hombres que morían,
zumbaban los mosquetes, rugían los cañones,
cargados de riquezas zarpaban los galeones,
pero pese a la angustia y al dolor que la hería
mil veces más hermosa, Guayaquil resurgía.
Décimas a Guayaquil
Autor: Juan Bautista Aguirre
Guayaquil, ciudad hermosa
de la América guirnalda
de tierra bella esmeralda
y del mar perla preciosa,
cuya costa poderosa
abriga tesoro tanto,
que con suavísimo encanto
entre nácares divisa
congelado en gracia y risa
lo que el alba vierte en llanto.
Ciudad que por su esplandor,
entre las que dora Febo,
la mejor del mundo nuevo
y hoy del orbe la mejor,
abunda en todo primor
en toda riqueza abunda
pues es mucho más fecunda
en ingenios, de manera
que, siendo en todo primavera,
es en todo sin segunda.
Tribútanle con desvelo
entre singulares modos
la tierra sus frutos todos,
y su influencia el cielo;
hasta el mar que con anhelo
soberbiamente levanta
su cristalina garganta
para tragarse esta perla,
deponiendo su ira al verla
le besa humilde la planta.
Los elementos de intento
le miran con tal agrado,
que parece se ha formado
de todos un elemento;
ni en ráfagas brama el viento,
ni son fuegos sus calores,
ni en agua y tierra hay rigores,
y así llega a dominar
en tierra, fuego, aire y mar,
peces, aves, frutos, flores.
Los rayos que al sol repasan
allí sus ardores frustran,
pues son luces que la ilustran
y no incendios que la abrasan;
las lluvias nunca propasan
de un rocío que de prisa
al terreno fertiliza,
y que equivale en su tanto
de la aurora al tierno llanto,
del alba a la bella risa.
Templados de esta manera
calor y fresco entre sí,
hacen que florezca allí
una eterna primavera;
por lo cual si la alta esfera
fuera capaz de desvelos,
tuviera sin dudas celos
de ver que en blasón fecundo
abriga en su seno el mundo
ese trozo de los cielos.
Tanta hermosura hay en ella
que dudo, al ver su primor,
si acaso es del cielo flor,
si acaso es del mundo estrella;
es en fin ciudad tan bella
que parece en tal hechizo,
que la omnipotencia quiso
dar una señal patente
de que está en el Occidente
el terrenal paraíso.
Esta ciudad primorosa,
manantial de gente amable
cortés, discreta y afable,
advertida e ingeniosa
es mi patria venturosa;
pero la siempre importuna
crueldad de mi fortuna,
rompiendo a mi dicha el lazo,
me arrebató del regazo
de esa mi adorada cuna.
Caminando a Guayaquil
Autor: Francisco Pérez Febres-Cordero
Yo, que adquirí desde niño
el vicio de caminarte,
entre vereda y vereda
y entre cada bocacalle
nunca dejo de ir a ti,
y no dejo de encontrarte
palpitando en las aceras
o floreciendo en los parques,
bullendo entre esquinas,
nunca igual, siempre cambiante
y sin embargo la misma.
Guayaquil, al caminarte
descubro entre tu presente
muchos rasgos de tus antes;
a pesar de tu progreso
te empecinas en quedarte:
que la personalidad
no puede borrarse, sin más borrarse.
Yo que también busco en tí
una forma de encontrarme,
me camino en tus aceras
perdido en mis mocedades
cuando era tu empedrado
del „pepo y trulo” la base;
cuando marcaba cien goles
dribleando entre tus estantes;
cuando en mis patines iba
hasta el „Centenario” parque
y luego hasta la Rotonda,
sin que la ruedas se atranquen.
Cuando el sol podía jugar
entre abiertos ventanales
y era grato respirar
en frescor de los zaguanes...
Ahora debo caminar
con cuidado, no porque halle
que ya me pesan los años,
sino porque hay en tus calles
escondidas tantas trampas
cual jamás se vieran antes...
Hoy te debo recorrer
haciendo unas salvedades...
I no he vuelto a ver el sol
amanecer entre „aves”
al rosario de la aurora;
ni aperezarse las tardes
entre las ondas del Guayas
por miedo a algún asaltante...
Pero adquirí desde niño el vicio de caminarte
y no lo dejo de hacer:
que así puedo conversarte
despacio, ciudad amada,
ciudad mártir, ciudad madre.
Cuando camino contigo
Guayaquil, vuelvo a encontrarte
aunque nunca te perdí;
y me detengo un instante
en alguna esquina mansa;
y entre tu hoy y mi antes
y tu ayer y mi mañana,
una oración lacerante
se crucifica en el alma
y una lágrima gigante
se anticipa al cruel momento
cuando ya no pueda darte
mi mayor prueba de amor:
caminarte, caminarte...
Textos tomados de Poemas de ecuatorianos.