Que el trofeo de la Copa Libertadores “se mira y no se toca”, dice el viejo refrán sobre el galardón más preciado a nivel de clubes de América. Es también un adagio replicado en los pasillos de los estadios, por leyendas que disputaron la final del torneo, los que la conquistaron y los que no. Lo real es que es muy estricto el control del trofeo de la Libertadores cuando se lo traslada desde los despachos de la Conmebol, en Luque (Paraguay), a otro punto del continente. En su primera ocasión en Guayaquil desde agosto de 1998, por una visita oficial organizada por uno de los patrocinadores oficiales del certamen, la Copa volvió a coquetear con el malecón Simón Bolívar y los portales de la ciudad.