“Los brasileños juegan a otro deporte”, es una frase repetida en Sudamérica en los últimos tiempos a raíz de las Copas Libertadores sucesivas que ganaron Flamengo, Palmeiras, Fluminense, Botafogo. Sin embargo, la selección brasileña se encarga de contradecirlo: una y otra vez demuestra que juegan al mismo deporte que el resto del continente. Y tal vez peor. No son superhombres ni mucho menos. En materia de clubes, por razones presupuestarias, pueden contratar muy buenos futbolistas de los países vecinos, también técnicos, y ser más competitivos que los otros. Pero en la selección hay que poner únicamente lo nacional y ahí se le ven las costuras al fútbol que fue la máxima expresión universal. Y que ya no lo es. Al menos lo refleja un dato sencillo: hace 23 años no gana un Mundial, y en los últimos 18 conquistó una sola Copa América, la de 2019, que se jugó en su casa.