La vida futbolera de Jaime Iván Kaviedes parecía pintada por acuarelas por su habilidad y destreza, su desparpajo para fintear a cualquier celador riguroso, por el colorido que aportaba al juego como espectáculo. Pero todo se diluyó. Paulatinamente se decoloró porque Kaviedes irrespetó las normas que rigen su profesión y por incurrir en vicios que lo sometieron. Convencido de que la vida es como hacer cascaritas con la número 5, no pudo dominar los malos hábitos y terminó siendo su esclavo.