El primer mundial organizado por la FIFA en 1930 tiene varios entresijos que, con el pasar de los años, se han llegado a conocer y que demuestran las peripecias sorteadas para que Uruguay fuera la sede y las que debió solventar el país organizador para cumplir con esta cita que debía trascender y marcar huella, sentando un precedente. Así comenzó esta historia de los mundiales, que se convirtieron, sin lugar a dudas, en la cumbre ecuménica deportiva más importante.

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Es preciso recordar que la FIFA fue fundada en 1904, con el voto favorable de siete países europeos, donde no constaba Inglaterra, que recién un año después lo hizo, conjuntamente con Gales, Irlanda, Austria, Hungría, Alemania e Italia. Chile y Argentina fueron los primeros sudamericanos en afiliarse a la FIFA. La realización del mundial seguía postergándose. Luego llegó la conflagración de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que enterró cualquier propósito.

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1921 es significativo para la institucionalización de la FIFA. Se eligió al francés Jules Rimet en calidad de presidente. Su gestión es calificada como imponente. El COI declaró Juegos Olímpicos de la Paz, por motivos obvios, los realizados entre 1920 y 1928, y ya el fútbol no era considerado deporte de exhibición. En los de París 1924 y de Ámsterdam 1928, Uruguay sorprendentemente y merecidamente ganó las medallas de oro. Estos torneos para los charrúas son homologados como campeonatos mundiales de fútbol, y tienen razón.

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Es importante la convalidación que hace el periodista Pierre Arrighi, quien presenta pruebas documentadas de que en 1924 se jugó el primer mundial. La participación de la FIFA en la organización, en el plano geográfico, fue universal; la reglamentación, avalada por la FIFA. En el 2022, oficializó que los torneos de los JJ. OO. fueron organizados por ellos y que se consideran campeonatos mundiales.

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Pero Jules Rimet quería que se realizara lo que debía denominarse el primer mundial organizado por la FIFA. En el congreso de Barcelona, en mayo de 1929, se conocieron los países que postularon: España, Italia, Hungría y Uruguay. Los celestes presentaron fuertes argumentos: los dos triunfos olímpicos, la conmemoración del centenario de la independencia, la oferta de construir un gran estadio y que el Gobierno asumiría los gastos de los países que asistieran.

La decisión fue unánime a favor del país sudamericano. Mucho sirvió el apoyo que Jules Rimet daba a esa candidatura, desde la perspectiva de ir extendiendo la competencia a través del planeta. Los uruguayos asumieron el reto con mucho fervor, pero preocupados por toda la tarea que tenían que hacer para organizarlo en apenas un año.

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Las grandes potencias europeas le dieron la espalda a Uruguay. El trabajo de Rimet se complicó. Pudo conseguir solo a Yugoslavia, Rumania, Bélgica y Francia. El resto fueron de América (México, Chile, Argentina, Brasil, Perú, Paraguay, Estados Unidos, Bolivia y Uruguay). Ante esta dificultad, Uruguay debió extender invitaciones a otros países americanos; entre ellos estuvo Ecuador. El 1 de enero de 1930 recibió de manos del embajador de Uruguay en nuestro país, el Dr. Rafael Fosalba, la cordial exhortación para que nuestro país participara en tan emblemático evento.

La Federación Deportiva Nacional solicitó al Gobierno la cantidad de 60.000 sucres, que servirían en parte para la preparación de nuestra selección. Pero el 22 de enero de 1930 la Cancillería contestaba que el Gobierno nacional negaba el apoyo, porque la economía del país no permitía ese dispendio. Al final, Uruguay realizó el mundial. La apertura del estadio Centenario, con capacidad para 80.000 espectadores, tuvo una demora, tanto así que la ceremonia de inauguración se realizó unos días después, cuando ya estaba en marcha el campeonato. El torneo fue un éxito. En la final esperada los anfitriones ganaron por 4-2 a Argentina, proclamándose Uruguay campeón del mundo.

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Como anécdotas sobran las de los equipos europeos. Viajaron en el mismo transatlántico, llamado Conte Verde, que salió de Génova el 19 de junio, donde se subió Jules Rimet y la copa de oro con la figura alada. Los entrenamientos eran en el mismo buque. En tanto, Brasil se unió al viaje que llegó a Montevideo el 5 de julio de 1930. Portugal llegó en otro barco. El árbitro Jean Langenus (belga), que dirigió la final, también estuvo en la travesía.

Con estos antecedentes, la FIFA debía escoger quién debería organizar el Campeonato Mundial 2030, considerando los 100 años del primero. La Conmebol alimentó la idea de que a Sudamérica, por derecho propio y por la alternancia, le correspondía. Se aliaron Uruguay, Argentina, Paraguay y Chile. Fue tal la emoción regional que recordamos que en el 2019 Lenín Moreno, presidente de Ecuador, sugirió que el país, Colombia y Perú se postularan. Tan solo el presidente de Colombia, Iván Duque, apuntaló la idea. Perú nunca se pronunció, y peor aún la Conmebol. Como era de esperarse, la propuesta de Ecuador terminó como una utopía, sin ninguna opción.

Pasó el tiempo y, cuando menos lo esperábamos, en los primeros días de este octubre, el Consejo de la FIFA acordó que la única candidatura aceptada para el Mundial 2030 era la de España, Portugal y Marruecos. La noticia inicialmente fue considerada como un desprecio a un legítimo derecho de Sudamérica. La FIFA, ante este comentario que se viralizó, en acto de misericordia anunció que se jugarían tres partidos oficiales de ese mundial en Uruguay, Argentina y Paraguay, lo que trajo consigo algunas interrogantes.

¿Estos países estarían clasificados directamente al Mundial 2030? ¿Qué pasaría con las eliminatorias? ¿Qué explicación tiene que Paraguay sea sede de un partido mundialista? ¿Por qué Chile fue marginado? La FIFA absolvió estas inquietudes contestando que los tres países sudamericanos se clasificaban directamente; que le daban un partido a Uruguay por el centenario a Montevideo y como ganador de la primera edición, a Argentina por reconocimiento como de 1930 y a Paraguay porque ese país es sede de la Conmebol.

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Las críticas no demoraron en llegar. Titulares en la prensa argentina, chilena y del resto de Sudamérica expresaron su malestar con titulares drásticos: ‘Huele a circo y zafarrancho’, ‘La Conmebol para tapar la derrota se conformó con limosnas’, ‘Hueso sin carne que la FIFA le tiró a Sudamérica’, ‘Ni ingenuos ni estúpidos’, ‘Relato mitológico de Conmebol para barnizar la derrota’, etc. La verdad es que el sueño de Sudamérica fue injustamente marginado; las razones sobran. Los titulares hicieron ver una derrota de la Conmebol. Terminó siendo un pacto de los montes que supera la creatividad del fabulista de la antigua Grecia, Esopo.

La algarabía porque se esperaba la noticia de que América del Sur organizaría el mundial del 2030 terminó tan solo en anuncios promocionales con mucha pirotecnia, para concluir en tan insignificante compensación. El haber cedido la postulación es un golpe duro para el balompié sudamericano. La decisión de la FIFA para que la Copa del Mundo 2030 sea europea y africana defrauda las ilusiones. (O)