El desastroso estado del arbitraje ecuatoriano exige soluciones urgentes. Lamentablemente, aquellas no se las plantea con la entereza que se requiere. En nuestro fútbol, se ha convertido en algo normal que las explicaciones escaseen y el silencio se apodere de las autoridades dirigenciales. Con tal antecedente, no solo es el árbitro quien se expone en un campo de juego. El responsable no es solo el réferi, quien pierde la autoridad para juzgar y decidir, sino que son otros también aquellos que, tras bastidores, con su indiferencia, exponen a los colegiados a ser calificados de sinvergüenzas, como lo hizo el vicepresidente de Emelec, Edmundo Véjar. Este, indignado por los perjuicios evidentes que ha sufrido su equipo, emitió aquella grave acusación, la cual no se pudo alivianar alegando que no se sentía orgulloso de la reacción, porque no la pudo controlar. Ese mea culpa, talvez, consuele su espíritu y nada más, porque aunque quiera justificar la utilización del término sinvergüenza, misma voz que la hinchada azul, no calza pues eso es usurpar sentimientos ajenos para justificar el exabrupto.