Sabíamos que pronto podía suceder. Era el tiempo de Dios, que había determinado el final. Alentábamos la idea de que esa fecha triste de la partida fuera lejana, pero ahora nos dimos cuenta de que no. Llegó el día inexorable en que detuviste el aliento y sucedió. Tus amigos sentimos profundamente tu partida, aunque renovamos el compromiso de perennizar el gran mensaje de vida que nos dejaste. Hace poco me dijiste adiós, a tu manera. Hasta el último generoso suspiro ofreciste el abrazo y la sonrisa que te distinguían y sin volver la mirada cerraste los ojos y partiste. Aunque tu ausencia será material está vivo el legado infinito y solo así entenderemos que a veces partir es una manera de quedarse para siempre. Conversé con Carlos Falquez Batallas hace no más de quince días. Aunque lo notaba exhausto y con el timbre de voz apagado, no dejó que ni un segundo de la conversación se desperdiciara: fácilmente originó un intenso tráfico de criterios sobre la vida. Recurrió a las anécdotas y su memoria privilegiada recordaba los detalles de la noche que cenamos con Miguelito Olvera. Pero el tema principal siempre fue demostrar la importancia de tener muchos amigos.