Convencidos de que un partido de fútbol debe tener obligatoriamente un trámite burocrático, chato, y que debe ceñirse a rajatabla al cauteloso guión preestablecido en la pizarra, los director técnicos resolvieron hace mucho aniquilar a los antiguos punteros. Prevenían así cualquier disidencia que tuviera que ver con el atrevimiento, con la audacia. El locuaz Carlos Salvador Bilardo se relamía cuando se adjudicaba la responsabilidad de aquella desaparición masiva (aunque al entrenador argentino solo le faltó decir que él inventó el balón). Importada llegó al país llegó esa novedad, como todas en nuestro balompié.