“¡Más rápido, más alto, más fuerte!”. El lema olímpico aplica perfecto a la masacre de Quito. Porque así será recordada en el futuro. En cada corrida, en cada salto, en cada trabada emergía triunfante un ecuatoriano. Eran aviones. Incluso tras el sexto gol, en una jugada de mediocampo, la cámara de la televisión pasó cerca de Gustavo Alfaro y se lo vio exigiendo a sus jugadores con gesto adusto, de reclamo: “¡Vaaaaamos, vaaaaamos…!”. Quería mayor implicación. ¿Más que eso…? Fue 6 a 1 y Colombia debe agradecer la liviandad del resultado. “¡Gracias, Señor, pudieron ser diez y quedábamos retratados para siempre…!”. Ecuador, que no tenía técnico y contrató uno media hora antes de la Eliminatoria, le ganó en todos los aspectos que intervienen en un partido de fútbol: física, técnica, táctica y anímicamente. Lo barrió en la red y en todos los sectores del rectángulo. Lo goleó también en actitud, en ganas, en compromiso, en entusiasmo, en ilusión. Los zagueros, los laterales, todos subían casi desesperados a meter un gol. De hecho, Arboleda, Arreaga y Estupiñán, tres de los cuatro defensas, marcaron goles.