Se han escrito centenares de cuentos de fútbol, amenos, desopilantes, imperdibles, sin embargo la ficción siempre pierde por goleada con la realidad, nunca la alcanza en este deporte, en el que las situaciones más insólitas e inopinadas están apenas doblando la esquina, sin necesidad de alardes imaginativos. Romelu Lukaku, el gigante belga afrodescendiente de padres congoleños (allí donde el rey Leopoldo II perpetró una carnicería humana estimada en millones) es una de las revelaciones de la temporada. En su primer año en el Inter de Milán marcó 34 goles con su juego arrollador de pujanza y aguante de los zagueros. Y en la Liga Europa culminada el viernes anotó 6 en 5 juegos. Incluso hizo el primero, de penal, con el cual el Inter comenzó ganando al Sevilla la final en Alemania. Faltaba, claro, que el director de la película diera el golpe de efecto que nos dejara a todos impávidos. Sucedió en el minuto 74. Sevilla e Inter igualaban 2 a 2, llegó el enésimo centro envenenado de Ever Banega sobre el área interista, hubo un rechazo de De Vrij, la bola se elevó y el brasileño Diego Carlos ejecutó una acrobática chalaca; la pelota se perdía por línea de fondo, de pronto apareció el pie derecho (el malo) de Lukaku y la metió en su arco. Gooooolll… Gol del Sevilla, 3 a 2 y campeón. Como guión sonaría demasiado osado. Las preguntas obligadas: ¿Qué hacía Lukaku de último hombre, él que es delantero de punta…? ¿Para qué corno puso el pie si la pelota se iba afuera…? Lo traicionó el instinto, un acto reflejo. Todos esperaban del goleador el tanto de la victoria, y lo hizo, pero para el contrario…