“Arda Turan cierra su calamitoso ciclo blaugrana”. Pese al rotundo título del diario Sport, la noticia pasó casi inadvertida: sucede que el (¿exfutbolista…?) turco parece un personaje lejano, tapado por el polvo del olvido. Es otra de las tantas ruinosas operaciones de los últimos seis o siete años con las cuales el FC Barcelona cumplió lo que parece un cometido insólito: destrozar el potencial de su equipo a base de monumentales erogaciones. Turan, un discontinuo jugador que Simeone ansiaba quitarse de encima del Atlético de Madrid, fue fichado por 34 millones de euros más 7 en variables (cobradas casi todas) y con un salario millonario por cinco años de contrato. No jugó los primeros seis meses al estar suspendido el Barça por la FIFA para incorporar jugadores (cabe preguntarse entonces para qué lo fichó). Pero lo pagó. Luego de dos años en los que ni fu ni fa, fue de hecho extirpado del plantel; se lo dio a préstamo al Başakşehir, un ignoto club de Estambul que nunca fue campeón, por dos años y medio. O sea, lo desaparecieron. Desde luego pagándole una parte suculenta de sus haberes hasta la finalización del vínculo. El martes, por fin, se cerró el capítulo Turan.