Los clubes de fútbol de gran trayectoria, con popularidad probada a más no poder –como exigen los cánones de la idolatría– siempre deben estar rozando los momentos de gloria. Hay que recordar la historia y el orgullo que eso genera. Todos estos son requisitos exigibles en una institución que tiene la obligación de homenajear a los forjadores de la idolatría, como tituló a su libro el afamado escritor guayaquileño Ricardo Vasconcellos Rosado. Una manera de hacerlo es entregándoles diplomas a los familiares o a los que todavía sobreviven, que son testigos de la suerte de su Barcelona del alma. Erigirles estatuas a esos héroes también ha sido un acto de mucha sensibilidad de la dirigencia actual. Ese reconocimiento a exfutbolistas y exdirigentes es digno de apreciar y resaltar.