Mariano Rivera fue el último. No podía ser de otra forma. Al segundo beisbolista de Panamá en ser exaltado al Salón de la Fama le correspondió el último de los seis discursos de aceptación, y cerrar fue su especialidad. “¡Mariano! ¡Mariano! ¡Mariano!”. Su nombre retumbó en una tarde soleada en Cooperstown, la pequeña localidad en el norte de Nueva York que alberga el museo de los inmortales del béisbol.