Barra da Tijuca, Río. Frente al hotel, una playa semejante a una inacabable autopista corre vastísima de norte a sur. Junto a la selva amazónica, la maravilla natural de Brasil. Y el sol siempre sonriendo, abrigando. Son 7.491 km de costa atlántica, casi una grosería. Y de ellos, varios miles de arena blanca. Los brasileños suelen decir que Dios hizo a Río para irse de vacaciones. Debe ser. Cuando Gaspar de Lemos, primer portugués en atracar su carabela en la bahía de Guanabara en 1502, vio esto se le habrán torcido los ojos: playas, montañas, lagunas, vegetación, fauna exótica, el Trópico metido en el aire… Algo divino había, sí. Por las mañanas vamos al estudio de televisión de Win Sports ubicado en lo alto de un morro, entre una espesa maraña de arbustos y enredaderas y se nos acercan bandadas de monitos tití, pequeños, huidizos, graciosos, veloces, trepan por cualquier lado. Buscan alimento, les encantan los limones. No se acercan, no agreden.