Una nena con el rostro pintado de amarillo, azul y rojo lagrimeaba en la tribuna de la Arena de Lublin, en Polonia. A su alrededor, otros espectadores ecuatorianos abatidos, con el rostro desencajado, la mirada perdida, el alma herida. En el campo, los once luchadores tirados sobre el césped, completamente destruidos por un resultado cruel, también bastante injusto, que los dejó fuera de la final del mundo y alejó de sus manos la corona y la gloria. Ecuador, por primera vez campeón sudamericano sub-20, estuvo a centímetros de la final de Lodz, que tendrá dos protagonistas insospechados, Ucrania y Corea del Sur, definición que es un paradigma de la globalización y el equilibrio del fútbol a nivel universal.