La clasificación a un Mundial sub-17 con mayores de edad –el caso de los niños con bigote– y la participación en un Sudamericano sub-20 con jugadores con identidades de personas fallecidas –los muertos vivientes, en 1999– avergonzaron al país, que en el ámbito futbolístico alcanzó internacionalmente la fama de tramposo cuando de categorías menores se trataba.