La memoria busca febrilmente, a la misma velocidad de las teclas, porque aprieta la hora del cierre. Intenta encontrar otro partido de mayor angustia y dramatismo en las Copas del Mundo. Se enciende una luz: Francia 3 - Alemania 3 en España ’82… Mismo los de anteayer, España 2 - Marruecos 2 y Portugal 1 - Irán 1. Seguro hay más, muchos más, pero, en este momento, Argentina 2 - Nigeria 1 es la cúspide de la excitación, del fútbol hecho drama, miedo, tensión. El fútbol propiamente dicho, el juego, entró en un decidido segundo plano en los últimos 40 minutos. Primaban los nervios, el apuro, la zozobra, la excitación… Hasta que el juez turco Cuneyt Cakir decretó el final y toda esa carga de adrenalina de los jugadores argentinos, de la Argentina entera, se derramó sobre el césped de San Petersburgo. Fue una descarga de veinte mil voltios. Y hubo llanto, emoción, abrazos, sonrisas, apretones, gritos alocados, festejos desaforados, sudor mezclado… En las tribunas, más de 40.000 argentinos también se abrazaban, lloraban, celebraban. Es este fenómeno único del fútbol, que genera sucesos tan imborrables para el alma de los hinchas. Ninguna otra actividad humana logra siquiera aproximarse a esto.