Caminaba lento o aceleraba el paso, según las circunstancias. Y parecía que lo hacía todo calculadamente, pero no era así; su actuación era por impulso o repetición. Matute era un hombre sencillo, delgado, con los ojos brotados. Infundía temor al ser visto por primera vez. Tuve la suerte de tratarlo muchas veces porque por circunstancias de la vida parte de mi adolescencia la viví en el barrio de la esquina de Chimborazo y Maldonado, a pocos metros donde Matute residía. Luego uno se daba cuenta de su mirada perdida mostraba la imagen de soledad y tristeza.