Lionel Messi hizo lo de siempre: diez o doce controles deliciosos, varios pases magistrales, como de costumbre tomó decisiones perfectas, puso una bola genial a la cabeza de Paulinho para que hiciera gol (cabeceó desviado de frente al arco) y, cuando tuvo una, una solita para él, la mandó a la red con precisión de relojero. Gol de los que sirven, no de los que abultan. Pero la moraleja del Chelsea 1, Barcelona 1 no es Messi, es Willian, el excelente extremo o volante por afuera del club londinense.